La canción de 'Quisiera ser exalcalde...'
La condición de alcalde donostiarra está vinculada a, como mínimo, seis constantes: 1) el cargo es un kebab en el que la persona que lo ... ocupa gira y gira en torno a un fuego del que suele salir bien achicharrado. 2) Hay una desproporción entre la exigencia y la presión que se ejerce sobre los cargos municipales en relación con los de otras instituciones. Tanto es así, que resulta frecuente la migración del Ayuntamiento a destinos más laxos con un discurso tan estupefaciente como ya normalizado: «Necesito dedicar más tiempo a mi familia, así que dejo mi cargo de concejal para ocuparme del Departamento Foral de... (lo que sea)». 3) No recuerdo ya el último alcalde que no se despidiera acompañado de la tonadilla «ha destrozado la ciudad», algo que, por desgracia, nunca afectó al precio de la vivienda donostiarra. 4) Lo que un alcalde proyecta lo inaugura el siguiente y si sale bien, se apunta el logro a beneficio de inventario. Si, por el contrario, la herencia está envenenada, el nuevo será más un alcalde reactivo, ocupado en enmendar el problema, que en uno propositivo, impulsor de algún modelo de ciudad. 5) Como consecuencia de lo anterior, el cargo requiere de un carácter con componentes 'leninistas', en el sentido de impulsar proyectos para los que no necesariamente se dan 'las condiciones objetivas' o ni siquiera figuran entre las principales reclamaciones de la ciudadanía. Pasó con los bidegorris cuando la bicicleta era aún una extravagancia. 6) Los proyectos municipales dependen más de funcionarios y técnicos que de cargos electos –con el agravante de que unos permanecen mientras que los otros pasan–, hasta el punto de uno se pregunta si no sería más práctico elegir por sufragio universal a éstos que a los políticos.
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