La viga en el ojo propio
DVerano ·
Estos días hay que agudizar flexibilidad y reflejos para no recibir una inyección de coronavirus de bruces o ser objeto de ataques irracionalesPequeñas escenas cotidianas a veces dan para extrapolarlas a un escenario mayor. Por lo que veo yo en mi microcosmos, la educación está infravalorada, o eso al menos demuestran algunas personas con las que tengo la mala fortuna de cruzarme a diario. O hay muchas o las atraigo como un imán. Esta pandemia nos está poniendo a prueba en muchos ámbitos y el del civismo, el comportamiento respetuoso hacia los demás, se está resintiendo.
No es que sea yo quisquilloso, pero eso de ir paseando y comerme literalmente los estornudos y toses de un 'runner' despreocupado de todo excepto de su cronómetro o de una señora que cruza un paso de peatones sin dejar de mirar su móvil no tiene un pase. Antes tampoco, pero esta situación te obliga ahora a desarrollar capacidades limítrofes con la danza para evitar contactos insalubres, a unos reflejos extremos, dignos de un jugador de tenis de mesa.
Peor es aún soportar una cola. No es algo que lleváramos bien en la antigua normalidad pero ahora al tedio se suma el cansancio por ver apretarse personas hacia tu cuerpo. Da igual el espacio existente y el número de clientes de la tienda... todos agolpados. Lo mismo en las paradas de autobús. Ahí sí que he optado por elevar una ceja primero y la voz después, si hace falta, para pedir respeto por un espacio personal más necesario que nunca y tan recomendado o más que las mascarillas. «Tranquilo, ¿no ves la mascarilla?», pues no, no puedo con la falta de educación. Esto último lo guardo como reflexión interna, claro, porque no se suelen ni entender ni encajar bien este tipo de desahogos.
Por no hablar de las cubrebocas fuera del lugar para el que han sido pensados, como un codo o una alcantarilla. Ya sé que hay casos mucho más graves de comportamientos incívicos, empezando por quienes remolonean para hacerse los test del coronavirus pese a haber bebido los restos de una botella de licor de un DJ en éxtasis o aquella empresa que ocultó los positivos entre sus jornaleros en Lleida....
Aunque quizá lo peor de este largo verano sea ver cómo se manejan imágenes y estereotipos para culpar al otro en estos días de rebrotes. Mayores que vino en mano miran con recelo a los jóvenes que pasan riendo ante el bar o lugareños de cualquier punto geográfico desconfiados de quienes nos visitan porque «mira cómo están por allá». La viga en el ojo propio jamás ha sido tan invisible.
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