El ritual sonoro del otoño
Berrea del ciervo. Llega a nuestros bosques una ceremonia sagrada de la naturaleza donde la selección natural escoge su vencedor bajo la mirada paciente de las hembras
Cada año, con la llegada del otoño y el descenso de las temperaturas, se enciende una alarma silvestre en nuestros bosques: la berrea del ciervo. Es el instante en que los machos desafían a la quietud forestal con bramidos guturales que se escuchan entre hayedos y encinares. Un canto irrefrenable a la vida y al poder, preludio sonoro de la lucha por el amor y la descendencia.
¿Lo han oído ya?
Estibaliz Orbegozo, coordinadora de Ataria, el centro de interpretación de los humedales de Salburua, en los alrededores de Vitoria, donde habitan unos cien venados y se organizan visitas guiadas, explica a DV que este ritual sonoro se puede disfrutar al alba –a partir de las seis de la mañana– y al ocaso –entre las siete y las ocho de la tarde–, cuando la niebla aún acaricia la hojarasca y las primeras luces se filtran entre los troncos. «¿La época ideal? Entre finales de septiembre y octubre, aunque no se puede dar una fecha exacta. La clave es que no haga calor, que haya temperaturas más frescas, más propias del otoño. Y que haya humedad».
Los machos de 'Cervus elaphus' (ciervo rojo o venado) emergen de la espesura, se sitúan a campo abierto y lanzan su desafío al mundo: rugidos hondos y vibrantes que atraen a las hembras y advierten a los rivales de su presencia y fuerza. A menudo, estas llamadas van acompañadas de enfrentamientos épicos, donde las imponentes cornamentas chocan en duelos que ensayan la perpetuación de la especie. La berrea, más que una batalla, es una ceremonia sagrada de la naturaleza donde la selección natural escoge su vencedor bajo la mirada paciente de las hembras.
Varias fases
¿Pero cómo es este proceso? Orbegozo relata que al comienzo de la berrea los machos van «delimitando y afianzando cada vez más su posición. Mediante bramidos de señalización, van comunicando a los demás qué zona pretenden abarcar, cómo de grandes o fuertes son... En estos casos, los gritos son más monótonos, sin agresividad. Conforme van pasando los días habrá machos que quieran abarcar más terreno y choquen con otros. Entonces los bramidos serán más duros, desafiantes, hasta el punto de pretender ser intimidantes. ¿Cómo son esos sonidos? Algunos los confunden con los mugidos de unas vacas, pero es diferente».
Y si dos machos pretenden competir por un mismo grupo de hembras, ¿qué suele suceder? «Se van a ir estableciendo unos códigos de comunicación visuales y auditivos antes de llegar a ningún enfrentamiento. Mediante la voz son capaces de hacerse una idea el uno del otro. Si las fuerzas están igualadas, pasarán a mantener contacto visual. Es muy posible que caminen juntos, midiéndose en tamaño. En este momento, no es raro que uno de los dos decida no continuar para evitar el desgaste físico de la pelea. En caso contrario, habrá una confrontación consistente en chocar las cabezas para intentar expulsar al oponente de la zona», relata.
Un acontecimiento más fácil de escuchar de ver, aunque si son pacientes y sigilosos –la naturaleza tiende a premiar a estos perfiles–, podrán disfrutar de esos alaridos fascinantes. Para quienes logran adentrarse en estos escenarios –hay que hacerlo con prudencia, manteniendo la distancia de seguridad–, la berrea es mucho más que un fenómeno biológico: es la constatación de que la naturaleza se renueva ante nuestros ojos, que el ciclo de la vida sigue su curso bajo las leyes salvajes y ancestrales.
Observarla es asistir a una sinfonía seria, ruda y majestuosa; un espectáculo que fascina a naturalistas y románticos, y que cada otoño nos recuerda qué poderosas y misteriosas son las pulsiones que gobiernan el mundo.
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