Se han acentuado los choques y acusaciones entre millennials y boomers. Es habitual en medios y redes leer comparaciones entre lo mucho que consiguió nuestra ... generación y lo poco que ellos esperan del futuro. A lo largo de la vida convivimos con cinco generaciones. Hacia atrás la de nuestros abuelos y padres, por delante las de nuestros hijos y nietos, pero sólo conozco la mía como para poder opinar sobre ella.
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El rasgo más distintivo de los nacidos durante la última década del franquismo es que crecimos mirando hacia adelante. El pasado de nuestros abuelos y padres –marcado por la guerra, la precariedad y un clima autoritario– estaba hecho de silencios. Crecimos de espaldas al pasado. La historia arrancaba con nosotros y necesitábamos acelerar para recuperar las décadas perdidas. Abrimos las ventanas y respiramos futuro. Aprendimos idiomas, recuperamos nuestra cultura, leímos palabras prohibidas, exploramos la vida más allá de la frontera. Nos sobraban estímulos, también peligros, inherentes a una libertad recién estrenada. Pero, sobre todo, nos sobraba la energía que aporta confiar ingenuamente en que, si seguías avanzando, podías conseguir lo que te propusieras.
Crecimos huyendo del pasado, mirando hacia adelante y, es cierto, hoy tenemos más. Todo menos la juventud y su empuje. No imagino cómo afrontaría hoy, con 20 años, los retos de futuro. Creo que lo primero que haría es romper el retrovisor. La única forma de avanzar es mirar hacia adelante.
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