Hace unos días, Xi Jinping y Putin fantaseaban con la inmortalidad: «Ahora a los 70 eres un chaval, te pueden ir trasplantando órganos, en este ... siglo viviremos 150 años…». La preguntita que más me interesa no es cuánto se estirará la longevidad sana sino quiénes se beneficiarán de ella. Porque Putin ha causado con su invasión de Ucrania entre 60.000 y 100.000 muertos ucranianos, y entre 150.000 y 250.000 rusos. Por las consecuencias de la guerra, la esperanza de vida rusa ha bajado de 73,4 años a 72,8, según la agencia Rosstat. Las vidas ajenas nunca han preocupado mucho a Putin.
Los millonarios (el 1,5% de la población global) acaparan cada vez mayor parte de la riqueza (del 45,8% de hace tres años al 47,5% de ahora, según el banco suizo UBS), impulsados por los monopolios, la especulación y los Gobiernos que los favorecen. La desigualdad aumenta el riesgo de estallidos sociales, así que Zuckerberg se construye una mansión fortificada en Hawái, y el proyecto Aerie ofrece a los millonarios («nuestros clientes vulnerables») búnkeres de lujo en Estados Unidos con los mejores servicios médicos: «Porque están muy interesados en la longevidad». Ya: tiene que dar rabia, forrarse tanto para luego palmarla igual que los pobres.
En 1999 entrevistaron en la radio a una señora que cumplía cien años: «El año que viene, usted habrá vivido en tres siglos distintos, ¿le hace ilusión?». Ella puso las euforias en su sitio: «Mi chico, yo solo quiero morirme».
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