Durante decenas de miles de años cerrar los ojos supuso un peligro y una amenaza. Mientras dormimos perdemos el control sobre el cuerpo y el ... pensamiento, nos mostramos indefensos, vulnerables. Antes de descubrir el fuego, antes del hogar, de los muros y de las puertas, dormir juntos era una forma de protegernos de los depredadores, de mitigar el frío, la humedad y la oscuridad de la cueva.
Hoy, que tenemos luz eléctrica y cerraduras, que hay más espacio y el mayor depredador al que nos enfrentamos es un mosquito, continuamos durmiendo juntos. Dormir es una actividad solitaria pero seguimos necesitándonos. Quizá nuestro cuerpo tiene memoria biológica y recuerda el miedo atávico a la oscuridad y cómo nos acurrucábamos para ahuyentarlo. O quizá la explicación sea más simple. La vida es calor.
A oscuras no hay máscaras ni poses. Sin la coraza de la ropa, del coche, del cargo, aún siento miedo. Me acuesto, inerme, y peleo contra los monstruos que nos ha tocado combatir en esta era. Incertidumbre, ansiedad, soledad. El edredón cumple la función de una cueva. Abrazo a mi pareja y asocio la paz a un olor, a una respiración acompasada, a una temperatura corporal que alivia mi ansiedad. Susurradas, las angustias se hacen pequeñas. Me siento a salvo.
Una gratificación diaria de vivir en pareja es hacernos uno, dormir piel con piel. Una prueba de que la relación se mantiene viva es despertar en la cueva, junto a tu cómplice, y sentir la seguridad del primer día.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión