La gente nunca sonreía en las fotografías antiguas. Hasta la década de 1930 las familias, los recién casados y los niños mostraban en los retratos ... un semblante más propio de un funeral. La excusa más extendida para justificar esta seriedad es técnica. Aquellas cámaras rudimentarias exigían a los modelos mantener una postura hierática para no aparecer borrosos. Otros achacan esa expresión sombría a la mala salud dental de la época, que no animaba a abrir la boca en público. Como casi siempre, la explicación es más sencilla.
Hoy las fotos capturan nuestra vida cotidiana pero, en aquel tiempo, para la mayoría, ese era el único retrato que se harían en toda su vida. Esa imagen era la forma de pasar a la posteridad y nadie quería ser recordado como un gracioso. Los fotógrafos dirigían la sesión y conducían al modelo a mostrar una imagen solemne, más propia de un retrato al óleo. Cuando nació la fotografía doméstica la gente comenzó a preguntarse como prefería ser vista y, poco a poco, aparecieron retratos de personas disfrutando de momentos felices. Hoy, mi hija Sara me ha confesado que guarda en su smartphone 28.764 fotos.
Aquí gritamos 'patata', en otros lugares dicen 'cheese' y, ante una cámara, la reacción espontánea es lucir la mejor sonrisa. De los antiguos retratos del siglo XIX y de las imágenes que inundan Instagram, se puede extraer la misma conclusión. Que las personas sonrían en sus fotos tiene poco que ver con lo felices que son en la vida real.
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