Ayer falleció en Madrid el conde de Romanones. Mañana se celebrarán los funerales en la iglesia de la Concepción. Los restos reposarán en el panteón ... familiar, en la provincia de Guadalajara» (primera página de DV, el 12 de septiembre de 1950).
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Moría el polémico político y empresario Álvaro de Figueroa y Torres, más conocido como el conde de Romanones. Se le asociaba a Madrid, su ciudad de nacimiento y residencia, y a Guadalajara, donde su familia tenía propiedades y provincia por la que se presentó a diputado a Cortes.
Y, sin embargo, ya en la primera plana de DV, una llamada a un artículo apuntaba: 'El conde de Romanones, donostiarra'. Estuvo vinculado a nuestra ciudad. Fue aquí donde sintió las mieles del poder, con sus reuniones con Alfonso XIII y su tertulia de ilustres en La Perla. Aquí vivió también el distanciamiento.
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Cuando murió el conde de Romanones, recordaron su vinculación con Donostia, donde fue veraneante asiduo. En su despedida, «unas lágrimas se desprendieron de sus ojos mientras balbuceaba: ¡San Sebastián!...»
Escribió Alfredo R. Antigüedad en aquel artículo de 1950 que «hace más de cincuenta años, Romanones era veraneante fidelísimo en San Sebastián. Su tertulia de 'La Perla' –cuando él la hacía con diputados, senadores y Grandes de España– era una corte de reverencias que no lograban envanecer la magnífica sencillez de Romanones».
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«Cuando luego quedó desplazado de la política en el año 23, el conde se refugió en la playa de Ondarreta; sin corte ya, con unos pocos fidelísimos amigos y con la felicidad de sus nietos, a quienes dictaba muchas veces las cuartillas de sus libros y artículos».
Villa en Altza
A aquel político en decadencia se le veía por Altza, donde compró una vivienda, villa Casilda, o por el barrio de Igeldo, a donde subía en coche para dar paseos.
Fue en San Sebastián donde sintió Romanones el primer aliento de la muerte. Como detalló Alfredo R. Antigüedad, «muy enfermo ya, no quiso renunciar este verano (el de 1950) a su temporada donostiarra. Y, fiel a ese amor por nuestra ciudad, hasta que ya vio su gravedad inmediata, quiso permanecer aquí». Abandonó entonces Altza y subió a una ambulancia de la Cruz Roja que le llevaría a Madrid, donde fallecería pocos días después.
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El reportero de DV contaba con emoción aquella última partida del conde de Romanones...
«Al salir de 'Villa Casilda', en Alza, y entrar en la ambulancia que le llevaba a Madrid, el conde abrazó a Marañón en esa despedida muda del que sabe de un viaje sin vuelta».
«Luego, el conde, antes de cerrar la puerta del coche, extendió su mirada por el paisaje lleno de este bello sol de la otoñada donostiarra. Y unas lágrimas se desprendieron de sus ojos mientras balbuceaba:
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- ¡San Sebastián!...
Era una despedida a la ciudad que tanto había amado y que hoy, al conocer su muerte, ha de sentir íntimamente un vivo dolor».
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