Un remanso del muelle donostiarra. Arturo Delgado
La calle de la memoria

1970 | «El caminar despacioso de octubre»

Mikel G. Gurpegui

San Sebastián

Viernes, 10 de octubre 2025, 02:00

También se remansa San Sebastián en el caminar despacioso de octubre» (DV, 9 de octubre de 1970).

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Hace 55 años y un día apareció en ... nuestro periódico un artículo, firmado por la inicial 'M.', que transmite una extraña calma. Escribía el (o la) articulista sobre los ritmos de la ciudad y acababa apuntando diversos temas. Empezaba así...

«Empiezan a ser casi excepcionales aquellas personas que, llegado el mediodía, toman su toalla y bañador y se presentan en la playa. Pero algunos quedan (...). Porque este sol de octubre es francamente agradable. Puede uno tenderse bajo sus rayos y quedarse así, como un lagarto viejo, incontables horas. Es algo parecido a una caricia».

«Algo de esto saben los marineros jubilados que pasean, al mediodía, por nuestro puerto (...). Tienen los rasgos curtidos, los ojos propensos a cerrarse para mejor rememorar, los andares lentos y reposados. Ya no tienen prisa. La devastadora aceleración de la vida pasó para ellos. Ahora navegan suavemente en el último y gran remanso, en la paz de los recuerdos».

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1970 Evocación nostálgica

De cuando «el tranvía hacía cabriolas por la ciudad; había árboles en las calles; nadie sabía lo que era un semáforo y no era necesario que el Ayuntamiento se molestara en señalar los pasos de peatones»

«También pasó, para la ciudad, la aceleración. También se remansa San Sebastián en el caminar despacioso de octubre. Claro está que los tiempos cambian y que, hace cincuenta años, a esto que ahora estamos viviendo se hubiera llamado vida trepidante. Todo es relativo. No nos extrañaría que, dentro de otros cincuenta años, los ciudadanos que nos sucedan se conformen, en invierno, con gozar de un tipo de vida igual al que ahora tenemos aquí durante el verano».

Con lo acelerados que vivimos ahora, tenían razón hace 55 años...

«El hombre ha progresado mucho, sí, en el relativo arte de saber complicarse la vida. Abocados a una sociedad de pleno consumo, cada vez tenemos más cosas a nuestra disposición, y cada vez estamos más descontentos. Hace solamente treinta años, todo era diferente. El lechero venía a casa, tirado por un caballejo, y medía los litros con un cuenco de los de 'a ojo de buen cubero'. Había tantas calles empedradas como asfálticas. La televisión era una cosa que los americanos decían tener. Nosotros teníamos solamente una radio. El tranvía hacía cabriolas por la ciudad. Había árboles en las calles. Nadie sabía lo que era un semáforo, y no era en absoluto necesario que el Ayuntamiento se molestara en señalar los pasos de peatones. (...) La gente iba a una película como quien acude a una fiesta. Hoy vamos al cine cuando queremos matar un par de horas (...)».

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«Anoche, cuando nos retirábamos en busca del sueño, topamos con una imagen que ya nos era absolutamente desconocida. Un hombre viejo caminaba por la calle, con un saco al hombro. Cada vez que veía una bolsa de basura, se detenía y hurgaba dentro de ella. (...) La sociedad de consumo tiene, también, sus excepciones. Y, a veces, estas excepciones son muy abundantes».

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