El misterio del busto de Antonio de Oquendo en la Diputación
Todavía hoy día se considera que morirá en 1640 como una especie de Quijote a la inversa, fracasado y enloquecido por su supuesta derrota en la Batalla de las Dunas
El edificio de la Diputación guipuzcoana, en pleno centro de San Sebastián, es verdaderamente monumental aunque suele pasar desapercibido. Excepto para los turistas que contemplan su fachada en grupos conducidos por guías. O para quienes acceden a su interior en visitas concertadas.
Publicidad
Pasa así desapercibido, para otros, un edificio que, sin embargo, tiene mucho que contar. La suya es la Historia de una institución centenaria -la Diputación Foral guipuzcoana- que, pese a haber perdido su carácter foral a partir del año 1876, quiso plasmar en ese edificio una especie de libro en piedra que recordase el pasado del que emergía la institución que se mantenía, al menos en espíritu, en el momento en el que fue proyectado ese edificio.
Eso fue en 1867 cuando la Diputación aún seguía siendo foral pero veía retroceder ese sistema ante esos nuevos tiempos de constituciones, sufragio ampliado... en fin, Liberalismo que los carlistas describían en sus documentos como un reflejo de la -en su opinión- odiosa revolución de 1789 que enterraba el Antiguo Régimen que tan perfecto les parecía a ellos.
Aquella Diputación foral de postrimerías soñaba con un edificio fastuoso en San Sebastián, ya constituida como capital provincial, y en el que se reflejase un pasado del que se sentía orgullosa esa institución.
Los agitados tiempos de la Europa de las revoluciones no dieron, sin embargo, para mucho. La revolución democrática de 1868 que culmina con la marcha de Isabel II hacia París (precisamente por la estación recién estrenada de San Sebastián) la I República española, la insurrección carlista, la guerra que llega tras ella, el asedio a la capital guipuzcoana, plaza fuerte liberal… detendrán ese proyecto.
Publicidad
La obra sólo pudo culminarse en 1885, aunque la fatalidad quiso que el palacio no durase demasiado, pues arde casi en su totalidad en la noche de Navidad de ese mismo año. Sólo sobreviviría, aparte de los cimientos, la actual fachada sobre la que se reedificó el resto del palacio que podemos ver hoy.
Y en esa fachada que sobrevivió al incendio es donde está ese pequeño misterio donostiarra. Si se alza la vista puede verse en ella un friso de cinco bustos monumentales que tienen algo de Monte Rushmore, aunque a menor escala y pensados mucho antes de que a Gutzon y Lincoln Borglum se les ocurriera esculpir los rostros gigantescos de cuatro presidentes estadounidenses en esa montaña de Dakota del Sur.
Publicidad
El proyecto inicial del palacio quería que en la fachada estuvieran los bustos de cinco guipuzcoanos que la Diputación -todavía foral- creía debían ser recordados. Se trata de tres hombres de méritos que hoy diríamos «científicos»: Juan Sebastián Elcano, como primer circunnavegador del planeta, Andrés de Urdaneta, descubridor de los vientos y corrientes que abrían paso a una ruta que unía tres continentes, y Miguel López de Legazpi que facilitó eso por medio de la exploración y conquista del archipiélago de Filipinas. Los otros dos de esos cinco estaban allí sólo por méritos militares. Se trataba de dos almirantes: Blas de Lezo y Antonio de Oquendo.
La selección de esos cinco personajes como dignos de ese espacio para ser recordados por los siglos por venir, la hizo Nicolás de Soraluce. Autor de una de las primeras Historias de la provincia, culminada justo cuando en Estados Unidos se daba fin a la Guerra de Secesión.
Publicidad
Respecto a la selección de cuatro de esos cinco personajes no habría hoy discusión alguna. Circunnavegar el globo, abrir rutas comerciales o, incluso, la hazaña bélica de la defensa de Cartagena de Indias, hacen sentirse orgullosos a muchos hoy día. Aunque sea por razones distintas. Pero, ¿qué pudo llevar a Soraluce y a los próceres guipuzcoanos de 1867 a considerar que Antonio de Oquendo merecía estar junto a los otros cuatro, inmortalizados por la mano de Marcial Aguirre, escultor educado gracias a la generosidad de la Diputación?
Todavía hoy día se considera que Antonio de Oquendo, pese a sus muchas victorias a lo largo de su vida, morirá en el año 1640 como una especie de Quijote a la inversa, fracasado y enloquecido -o poco menos- por su supuesta derrota en la Batalla de las Dunas en el año 1639... Así sin duda es todo un misterio, esculpido en piedra, el porqué hacia 1867 se consideraba a Antonio de Oquendo digno de esos honores y sin embargo en años posteriores, y todavía hoy, se dijo que acabó su carrera en medio de la derrota y el fracaso. Lo cual, por tanto, haría absurdo ese busto junto a los otros cuatro homenajeados.
Publicidad
Cómo se gana una batalla naval: las Dunas, 21 de octubre de 1639
Lo cierto es que si se aborda la carrera de Oquendo desde un punto de vista de la más estricta Historia militar, toda ella es tan meritoria como la ahora tan exaltada de Blas de Lezo.
La ultima misión de Oquendo, su última batalla que tan mala fama le dio, era llevar armas y recursos a Flandes donde se estaba ventilando la larga guerra entre el rey de España y sus súbditos rebeldes de lo que hoy se conoce como Holanda. Ya para entonces parte de la Guerra de los Treinta Años que culminaría en 1648.
Antonio de Oquendo abordaría la misión de llevar esos recursos a la zona de conflicto haciendo escala en un puerto que da nombre a la batalla y toda una lección sobre el corto alcance de algunas otras batallas navales, que han adquirido una buena fama tan injustificada como la mala que ha quedado para Oquendo. Era aquel un puerto inglés que lo acogerá en tanto que perteneciente a una potencia neutral hacia España. Cosa insólita sin duda para quienes crean que la derrota de la «Invencible» en 1588 fue definitiva, pues el almirante guipuzcoano entra allí, a las costas de Inglaterra, con tropas y pertrechos, con total tranquilidad. La misma con la que saldrá en 21 de octubre de 1639 para enfrentarse a la flota holandesa del almirante Tromp que trata de cerrarle el paso y que, hasta ese momento, no había conseguido evitar que Antonio de Oquendo cumpliera su misión, deslizando entre sus líneas hombres y recursos hacia Flandes.
Noticia Patrocinada
La batalla subsiguiente sería feroz y ambas partes reclamarán la victoria. Los holandeses acaso con más propaganda de guerra que razón, pues la capitana de Oquendo resistirá todos su ataques y no rendirá el pabellón pese a recibir hasta 1700 cañonazos. Así, junto con buena parte de la flota, recalará esa capitana en Flandes dejando a Tromp privado de presas esenciales.
De todo ello tomarán buena nota los Estados Generales holandeses, ante los cuales comparecerá un apocado Tromp para ser amonestado y apartado momentáneamente de escena por un resultado dudoso y poco presentable en calidad de algo que pudiera calificarse como ninguna clase de rotunda victoria naval.
Publicidad
Un detalle éste que resolvería, en definitiva, el pequeño misterio de la presencia de Antonio de Oquendo en la fachada del Palacio de la Diputación guipuzcoana junto a personajes guipuzcoanos con méritos tan acrisolados y fuera de duda como Elcano o Blas de Lezo...
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión