Juan Tellería, el compositor zegamarra del 'Cara al Sol'
Amanecer en Zegama, anochecer en la historia. La vida bohemia de un buen músico que pudo ser grande y quedó marcado por el estigma de una composición menor
Hace ahora 90 años, el 29 de octubre de 1933, se constituía Falange Española, partido de corte autoritario análogo al fascista italiano. Para dotarle de ... un himno, su fundador y líder, José Antonio Primo de Rivera, pidió al joven compositor guipuzcoano Juan Tellería Arrizabalaga la cesión de una melodía inicialmente dedicada a su localidad natal: 'Amanecer en Cegama'.
En el restaurante madrileño Or-kompon, el 3 de diciembre de 1935 siete escritores pertenecientes a la llamada 'corte literaria de José Antonio' (tres de ellos también vascos) y con Tellería al piano, pusieron letra a sus compases. El resultado fue «un himno sencillo, alegre, con mucha garra, majestuoso y de gran belleza» que se estrenaría en vísperas de las elecciones de febrero de 1936: 'Cara al sol'.
Ya durante la Guerra Civil, el Gobierno franquista lo oficializó como «canto nacional». Debido a ello, el autor de la música no cobraría una sola peseta en derechos hasta su fallecimiento en 1949 con 54 años.
El 23 de abril de 1972, una bomba destruyó el busto dedicado a Juan Tellería frente a su casa natal en Zegama.
'La dama de Aitzgorri'
Segundo hijo de una familia de raigambre tradicionalista, fue criado por su tío Baldomero Tellería, canónigo de la parroquia de Zegama, quien le inició en solfeo y piano. El que años más tarde fuera motejado como 'Juanito el inesperado' por sus prontos y salidas, hizo del órgano su juguete predilecto y mostró inclinación a la informalidad y a las travesuras. Siendo aún mocoso, en pleno ofertorio de una misa oficiada por don Baldomero, no tuvo mejor idea que dibujar en el aire sagrado de la parroquia las notas de 'La Marsellesa'. El escándalo hizo época en el pueblo, como también la tunda que se llevó.
Becado por la Diputación guipuzcoana, a los 17 años ingresa en el conservatorio donostiarra. Ante la necesidad de refuerzos económicos, toca en la misa mayor dominical de los jesuitas de la calle Andía que gracias a él se convierte en predilecta de la feligresía, y anima al piano bailes en cafés y proyecciones en los cines de moda acompañado por un violinista anarquista con el que mantendría amistad, Pablo Sorozábal.
Da el salto a Madrid donde en noviembre de 1917 estrena su primera obra madura, el poema sinfónico 'La dama de Aitzgorri' inspirado en el folklore vasco en torno al gran macizo que domina el paisaje de Zegama. La crítica aplaude lo que considera el «sueño de un artista joven» y Gipuzkoa tributa un gran homenaje popular al «nuevo Usandizaga».
A los 24 años se adentra en la música de cámara contemporánea con 'Andante y danza rústica', fantasía arremolinada y caprichosa «mezcla animadísima y abigarrada de ruso, de vasco y de zingarismo, el trozo más lleno de originalidad que haya producido nuestra última generación de músicos» según la opinión más acreditada. Genio y capacidad musical le sobran para sublimar sus inquietudes en un 'Poema Pasional' presentado ante sus entusiastas amigos donostiarras; arde en creatividad trabajando en una misa para las bodas de oro de su tío cura que sus maestros intuían soberbia; pero ya sea por incuria o por indolencia, ambas composiciones desaparecen y nada vuelve a saberse de ellas. Extremoso, talentudo, desordenado, por la mañana escribe un sobrecogedor lied para soprano como 'Aizean barnan' y por la noche improvisa mambos, chotis y pasodobles.
Entre humo de tugurios y candilejas
En 1919 emigra a París, teóricamente a formarse pero, atendiendo un poco a sus acuciantes necesidades económicas y un mucho a su naturaleza refractaria a la disciplina, deriva sus esfuerzos hacia el sugerente mundo del espectáculo. Se contrata como pianista en una cadena de cinematógrafos y anima como nadie los salones de la burguesía parisina de los felices veinte: «Tocaba el piano con la nariz, con los pies; tan pronto ejecutando piezas de altura como aires japoneses. La gente se admiraba ante el genio extraordinario del vasco», dirá un testigo de sus andanzas. Y todavía escapa una temporada a Alemania para doctorarse en mundología antes de regresar a Madrid en 1925. El sobrino del cura Baldomero, que llegó a Donostia sin apenas hablar castellano, reaparece ante sus paisanos hecho un señorito polígloto y un punto dandificado.
Malcobrando y malviviendo al precio de su soberana libertad, en los tugurios madrileños se labró fama de pianista funambulesco y prodigioso improvisador. La aburría escribir, motivo por el que solo se inclinaba ante el pentagrama cuando algún tango, foxtrot o pasodoble despertaba particular entusiasmo. Venciendo su natural galbana, se plegó a entrar en la Sociedad de Autores una vez que sus partituras empezaron a comercializarse.
En 1927 irrumpe en el teatro musical con 'El cabaret de la Academia', revista en torno al reciente ingreso de euskera, gallego y catalán en la Academia de la Lengua. Tres años después le ofrecen un libreto espantoso para una zarzuelilla ambientada en la Rusia zarista. «Hay que comer», se dice, y en pocos días pergeña el grueso de los números, coge el dinero y desaparece aun sin terminar uno de los cuadros principales. A solo dos días del estreno los productores todavía se desquician buscándole por todo Madrid, hasta que dan con él y lo conducen en volandas al teatro. Llega, pide un lápiz, lo moja en la lengua parsimoniosamente y escribe sobre el yeso de una pared del escenario la pieza coral faltante que de inmediato se canta y coreografía para su representación. «¿Y para esto tanto drama?», remata con un deje de chulería.
Será en 1934 cuando se consagre como gran renovador del musical escénico con 'El joven piloto', pieza semizarzuelera y semioperística ambientada en los puertos vascos. Y de los teatros sale su fama a las calles donde se populariza un pasodoble que quedará como emblema de la España republicana, 'Venta de Vargas'.
Guerra y posguerra
Recién casado con su paisana María Arregui, comete la imprudencia de permanecer en Madrid tras el golpe del 18 de julio. Un camarero del Or-kompon reconoce en la calle al «amigo de José Antonio y autor del himno de la Falange». Con el pelotón de fusilamiento haciéndole ya sombra, el astuto Juanito se confiesa músico y de apellido Tellería, sí, «pero Tellería el autor de 'Venta de Vargas', no el Tellería del 'Cara al Sol'». La estratagema cuela.
Para asegurar la escapatoria se blinda tras un carné político. ¿Y cuál más afín a su carácter que el de ácrata? Y aquí damos con nuestro zegamarra reciclado en discípulo de Bakunin, con barba, melenas y todo. En aquel Madrid hambriento y sitiado aporrea el teclado en un cine de la Gran Vía durante las proyecciones de 'El acorazado Potemkin', y compone bandas sonoras para dos películas de propaganda.
Aquellos 33 meses de guerra y lo que después vino le llenaron de hiel. En la hora que la noche caía sobre la historia y las notas de su 'Amanecer en Cegama' sonaban como cuchilladas en los oídos de los vencidos… Juan, abrumado, ha perdido su inesperada chispa, su alegría. «Silencioso, serio, algún resorte íntimo se le ha roto», lamenta uno de sus íntimos.
El rey de la melodía, el autor de 'Urgull', el bohemio artífice de un centenar de canciones encantadoras y populares, vivió desde el final de la guerra encerrado en sí, como un chiquillo que de repente descubriera el peso de la madurez, o como un Orfeo escapado del Hades. Y murió de pronto, sin más, renunciando a vivir en esa España donde, según el maldito himno, empezaba a amanecer.
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