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Historias de Gipuzkoa

Las «charlatanas» que predecían el futuro con naipes

Desde antes de la Edad Moderna en Gipuzkoa se acudía a las 'aztiyak' , que atendían a mujeres desesperadas por su porvenir, y muchas veces de una forma cercana a la ilegalidad, la herejía o al sacrilegio

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Domingo, 29 de octubre 2023, 06:22

Los seres humanos siempre hemos tenido el ansia de lo sobrenatural y de conocer el futuro. Esto nos ha llevado a buscar o a confiar ... en métodos variopintos que nos ayudaran a predecir. De esto se han aprovechado desde hace siglos las echadoras de cartas y la cartomancia. En este contexto, destaca el conocido como 'efecto Forer', también llamado 'efecto Barnum' y 'falacia de la validación personal'. En síntesis, se trata de un fenómeno psicológico en el cual las personas tienden a aceptar como precisas, certeras y aplicables a su propia vida, descripciones superfluas y generales de su personalidad. Lo mejor es no perder el norte y seguir esta máxima de Victor Hugo: «El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad».

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Pero la finalidad de esta sección de 'Historias de Gipuzkoa' no es ocuparse de la psicología o de lo que uno crea cuando quiera, pueda o convenga en cada momento de su vida. No se trata de juzgar a las personas ni de predecir el futuro, sino de relatar y de recordar de forma veraz, clara y amena realidades del pasado para entender mejor el presente. En esta ocasión sobre las «charlatanas» que ejercían la cartomancia, la práctica de adivinación del futuro o el destino con base en los naipes o barajas.

Desde antes de la Edad Moderna las hermandades (asociaciones de localidades y comarcas de Gipuzkoa, germen de las Juntas Generales del territorio), se preocuparon por la existencia de las adivinadoras y echadoras de cartas denominadas en euskera 'aztiyak'. Las autoridades llegaron, incluso, a consultar a la Inquisición sobre las medidas que podían tomar para erradicar lo que consideraban «patrañas» y la extensión de la superstición entre la población. Y eso que el fenómeno no era tan importante como en la vecina Iparralde.

Embaucadoras o estafadoras

Las adivinas y las echadoras de cartas fueron tratadas como embaucadoras o estafadoras. Sus actividades, muchas veces cercanas a la ilegalidad, la herejía o al sacrilegio, eran también objeto de numerosas denuncias. Se las penaba o castigaba por utilizar supuestamente el fraude y el engaño. En ocasiones los jueces y las autoridades locales adoptaron una actitud de escepticismo, y fueron cautos con el fin de evitar la incertidumbre o el estallido de episodios violentos entre la población contra las personas denunciadas.

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Baraja de Marie Anne Adelaide Lenormand (1772–1843),una adivina profesional francesa, de gran fama en su época y todavía hoy en día.

«Uno de los errores en que se hallan imbuidos algunos naturales de esta provincia es la facultad que atribuyen a las llamadas 'aztiyak' de descubrir algunos secretos a cosas que se ignoran, y se desean saber». Así de claro y contundente se mostraba el jurista, historiador y político Pablo Gorosabel (Tolosa, 1803- San Sebastián, 1868) en su obra más conocida: 'Noticia de las cosas memorables de Guipúzcoa o descripción de la provincia y de sus habitantes; exposición de las instituciones, fueros, privilegios, ordenanzas y leyes; reseña del Gobierno civil, eclesiástico y militar; idea de la administración de justicia, etc'.

«Superchería» importada de Iparralde

El también archivero de Gipuzkoa destaca en su extenso libro, que finalizó en 1868, que se trataba de mujeres de la clase inferior de la sociedad,«y generalmente no de la mejor conducta moral; cuyo poder a darse importancia, hacer mil ficciones misteriosas, y embaucar a los bobos que van a darles dinero». Asevera que «semejante superchería es indudablemente importada del país vasco-francés, donde es tan común, extendida a Guipúzcoa entre la clase de labradores y artesanos».

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¿Por qué se acudía a las 'aztiyak'? La gente buscaba respuestas ante lo algo que les inquietaba, atormentaba o perturbaba, como recalca hoy en día la conocida astróloga televisiva Esperanza Gracia. En realidad tampoco han cambiado mucho las cosas en los últimos siglos. Se preguntaba a las 'aztiyak' sobre un familiar, un novio o un marido que había partido a ultramar, generalmente a América, del que no tenían noticias desde hacía mucho tiempo. Se quería saber si estaban vivos y si habían logrado hacerse ricos. También se interrogaba a la echadora de cartas en relaciones a cuestiones de amor, en relación a un noviazgo, si sería feliz en el matrimonio o si el marido le estaba siendo fiel. Había cuestiones más prosaicas como dónde estaba alguna joya perdida o quién se la había robado. Está visto que no habían leído a Séneca, que dijo: «la verdadera felicidad es disfrutar del presente sin dependencia ansiosa del futuro».

Una vidente echa las cartas a una cliente.

Las 'aztiyak' tenían respuesta para todo, manejando con destreza una baraja francesa, «con todo el tono de seguridad consiguiente a su charlatanería», según destaca Gorosabel. Decían lo que querían oír sus interlocutores con una contestación nunca clara y terminante, sino que permitía distintas interpretaciones. Lo importante era contentar al cliente, generalmente una mujer. Las clientas eran de todo tipo de edad y de condición social, que preferían no saber si su poder provenía de Dios o del diablo. El objetivo principal de la adivinadora era que se le pagara una cantidad de dinero razonable y le daba lo mismo las consecuencias de sus palabras. Podían provocar, incluso, la ruptura de noviazgos o matrimonios, incluso hondas enemistades y disturbios entre vecinos y, aún, entre individuos de una misma familia.

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El bertso del párroco de Amezketa

El que fuera párroco de Amezketa a principios del siglo XIX Juan de Urreta definió a las 'aztiyak' con este bertso:

Zer dirala uste dezu

munduko aztiyak?

Emakume galduak

dirade guztiyak,

lapur engañatzale,

p. zar urdiak,

anima galdutako

gezurti aundiyak.

Ez del bada egiten (sic)

aztiyaren falta,

au badakigu ere

andre galdu bat da.

Zaldunik badijua

pronto dago sota,

tontuen bizkarretik

berotzeko poltsa.

Las 'aztiyak' lograban su atormentada y confiada clientela principalmente gracias al boca a boca. No sería hasta finales del siglo XIX cuando su actividad fue tolerada por las autoridades y comenzaron a promocionarse en curiosos anuncios en los primeros periódicos que comenzaron a publicarse tanto en Gipuzkoa como en el resto de la península.

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Para contrarrestrar la mala fama que tenían, algunas adivinas se quejaban de que el oficio estaba bastante deshonrado por gentes sin conciencia, que lo mismo echaban las cartas, que aplicaban un mejunje, que facilitaban ciertas medicinas con fines criminales.

El juicio a una echadora de cartas en Donostia en 1818

El historiador y colaborador de DV Carlos Rilova Jericó relata un suceso singular ocurrido en San Sebastián a comienzos del siglo XIX en un artículo titulado 'La última caza de brujas. En el nombre de Dios y de la Ilustración. La ciudad de San Sebastián en las Navidades del año 1818'. Relata que el 13 de noviembre de ese año, en una ciudad sumida todavía en las trágicas consecuencias de lo ocurrido un lustro antes, la quema de la ciudad por parte de las tropas de Napoleón, el entonces alcalde, José María de Ezeiza, ordenó a uno de los alguaciles el arresto de una mujer que había sido acusada de «sin temor a Dios ni guardar su conciencia», utilizar «un arte que esta reprobado y prohibido qual es tratar de agoreria (,) adivinaciones y tonteria».

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El sumario del juicio detalla que la arrestada era Serafina Fagondo, una joven de 24 años vecina de Biarritz que desde hacía unos meses «vagaba» por los pueblos de Gipuzkoa en teoría vendiendo sardinas.

«Un arte reprobado y prohibido, ofensivo a Dios, no consciente de los disgustos, disensiones y perjuicios»

José María de Ezeiza

Alcalde de Donostia en 1818

Ante la pregunta del regidor de si se dedicaba a ejercer «la arte de agüero, haciendo creer a personas insensatas que adivina ciertas cosas que se la preguntan», Serafina reconoció que atendió a una joven de la que solo conocía su nombre, Micaela, apodada 'quince pesetas'. Esta le «rogó e instó» para que le dijera si con el correo tendría noticias de cierto «mozo militar» con el que andaba en tratos. Ella le contestó que sí, pero cuando fueron a la estafeta a comprobar la veracidad de sus augurios no hallaron ninguna misiva.

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'Las echadoras de cartas, de María Blanchard.

E alcalde también reclamó a Serafina que le explicase si no habían acudido a ella otras personas aparte de Micaela, «solicitando que adivine lo que ellas manifestaban o deseaban saber». La acusada le contestó que las únicas que se le habían presentado «con igual instancia» eran otras dos vecinas de San Sebastián. Una llamada María Josefa, que era nuera de una mujer a la que apodan 'ollera'. La otra, Josefa Altolagirre que «habita en la casilla inmediata a la Puerta de tierra pegante a la muralla».

«Crédulos e insensatos»

El regidor le preguntó sobre los métodos que utilizaba «para persuadir a los crédulos e insensatos de que adivina aquello mismo que ellos apetecen saber». Serafina le respondió que un «naipe completo sirve por dar a entender aquello mismo que los que le preguntan desean». Afirmó que ante sus clientes simulaba cierta «combinación con los naipes ya sea que salgan figuras de un mismo palo una en pos de otra (...) por ejemplo después del nueve el ocho». Llegó a afirmar que esa operación es «conocida» a todo el mundo, lo que provocó las iras del tribunal.

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El juicio prosiguió el día 18 de noviembre, con la comparecencia en el domicilio del alcalde de Josefa Teresa de Altolagirre, analfabeta de 48 años, que acudió a la adivina para saber el paradero de su marido, que llevaba tiempo ausente en «ultramar». Serafina admitió que recibió en su casa a Serafina y que ésta «sacó de entre sayas unos Naypes, y los puso encima de una mesa, y de ellos separo unos quantos, y enseguida la aseguro á la testigo que su marido vivia, y que este (,) aunque queria socorrerla que no podia valerse por no tener la proporcion». El precio de «esta operación» fue de 8 «quartos».

También testificó ese día ante el regidor Micaela Fernández, apodada 'quince pesetas'. Declaró que acudió a Josefina con «una tal Rita», mujer de un cabo del regimiento del Príncipe que quería que le adivinara «cierta cosa». Tras quedar satisfecha con las predidiciones de Josefina la mujer le pagó dos reales de vellón.

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San Sebastián a principios del siglo XIX Henry Wilkinson

Después de escuchar estos testimonios el alcalde advirtió a la acusada de que en el futuro no ejerciera ese «arte reprobado y prohibido, ofensivo a Dios». Le reprochó que no fuera consciente de «los disgustos, disensiones y perjuicios que puede causar en las familias y personas porque figura y hace creer que acierta y adivina hechos, parages y ocurrencias que no están al alcance de entendimiento humano ni la meditación y previsión reflexión pueden atinar con anticipación».

La sentencia supuso que Serafina fuera expulsada de San Sebastián y obligada a regresar a Francia, no sin antes ser advertida de que si volvía a ejercer la labor de adivinadora en Gipuzkoa sería «castigada con la severidad y rigor que permiten las leyes».

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La moraleja de estas historias sobre las 'aztiyak' podría resumirse en esta cita del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) : «El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos».

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