Los cables de Ataun
Un singular sistema de transporte aéreo transformó hace un siglo el trabajo en las áreas rurales guipuzcoanas
Un día del año 1924, el joven baserritarra Bixente Eskisabel Urbiztondo pidió autorización al Ayuntamiento de Ataun para tirar un largo cable de acero entre ... su caserío Artaditxulo y los prados altos. Suponemos que el empleado municipal que le atendió quedaría sorprendido ante tan inusual solicitud. Le explicaría Bixente su proyecto de instalar un sistema de transporte aéreo similar al que ya se empleaba en la minería (como en el cargadero de Malla Harria, en Zarautz), que le ahorraría el fatigoso acarreo de los fardos de forraje desde las empinadas campas donde segaba la hierba hasta la 'ganbara' de su caserío.
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Con el permiso en el bolsillo, Bixente se puso a la tarea. Este fue el comienzo de una tecnología bastante atípica que, anticipándose a las primeras líneas telefónicas y eléctricas, alteró los bucólicos paisajes de los barrios rurales de San Gregorio, Aia y San Martín, que desde entonces se vieron atravesados por cables sobre los que los almiares parecían volar.
En el libro 'Kablea Ataunen' publicado en 1999, la investigadora Lourdes Altuna censó casi 200 cables en el municipio, donde algunos caseríos llegaron a tener hasta doce tendidos distintos, auténticas telas de araña metálicas que los conectaban con tierras de labor situadas en ocasiones a más de un kilómetro de distancia.
El ejemplo cundió en otras localidades de topografía montuosa como Oñati, Lezo, Aretxabaleta, Asteasu, Araitz…, que no tardaron en aplicar el mismo sistema, a menudo contando con el saber hacer de Bixente quien de la instalación de cables para usos agrícolas y forestales hizo su oficio, a la par que conquistaba un nombre profesional más allá de Gipuzkoa.
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Un sistema ingenioso
El mecanismo del 'belar kablea' no por simple carecía de ingenio. Sobre varillas trenzadas (luego galvanizadas, por su mejor resistencia), los fardos de hierba se colgaban de unos ganchos en polea para su deslizamiento por gravedad, ya que la instalación se hacía sobre terreno inclinado y generalmente orientada en línea recta. Cuando la orografía del terreno obligaba a hacer desvíos y cambios de dirección se ponían unos caballetes intermedios ('astoak'), similares a porterías de balonmano dotadas de un gancho metálico en el travesaño ('pipak') que aseguraba el desplazamiento lateral de los fardos. Mediante este mismo procedimiento pero duplicado (dobles caballetes o 'plantxueleak'), podían operarse giros de tantos grados como fuera necesario a fin de sortear las colinas interpuestas entre un extremo y otro de la línea.
Otro detalle curioso: si el 'belarsorta' pasaba por encima de una carretera, esta se protegía con grandes redes metálicas tensadas desde unos postes a los lados de la ruta para que, en caso de que un fardo se desprendiese fortuitamente, no fuera a parar sobre la vía provocando molestias o accidentes.
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No menos singular era el modo de descarga: a unos metros del extremo final, un cono de chapa (denominado 'disparoa') soltaba la polea del cable haciendo que la carga cayera al suelo. Según parece, inicialmente las conducciones metálicas terminaban en el interior mismo de los caseríos donde el heno se almacenaba para el invierno. Pero esto entrañaba riesgos dado que en días de tormenta con aparato eléctrico el cable funcionaba como un indeseado pararrayos provocando incendios. Advertido esto, se fijaron los topes en el exterior, habitualmente tocando tierra, con su correspondiente 'disparoa'.
Además del uso descrito, se tiene constancia de que las líneas se utilizaron también para bajar madera e incluso piedras para la construcción mediante cajones suspendidos de las poleas.
El gigante de Mendibe
La propia existencia del oficio de 'cablista' demuestra que no fue algo anecdótico sino una técnica eficaz y bien implantada que durante más de medio siglo transformó la vida y el trabajo baserritarra y forestal, y que en nuestras áreas rurales pervivió hasta que la mecanización del campo con tractores y máquinas enfardadoras la volvieron obsoleta.
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Xabier Eskisabel, nieto del pionero ataundarra, anima la web www.kablegintza.eus, donde recoge información que va recabando en torno al uso de esta tecnología. En sus investigaciones, Xabier ha descubierto numerosas instalaciones que realizó o en las que participó el 'cablista' Bixente más allá de Gipuzkoa. Porque fue en 1934 cuando su aitona saltó por primera vez a Navarra para enrolarse en el trazado e instalación de cables aéreos en la selva de Irati, en la parte de Aezkoa, explotada forestalmente por la empresa El Irati, S.A.
El sistema empleado allí era de mayor complejidad que el de Ataun. Llamado 'tricable', consistía en un mecanismo similar al empleado en los telesillas de las estaciones de esquí, con cable portante en doble dirección fijado al suelo mediante caballetes de madera. Todo apunta a que esta modalidad se importó de Italia, donde desde inicios del siglo XX los trabajadores alpinos ya trasegaban los troncos usando dispositivos teleféricos. De hecho, unos hermanos italianos, los Moretti, llevaron a ejecución a finales de la década de los años veinte el que Xabier Eskisabel presenta como «caso paradigmático»: el cable de Mendibe, un gigante de 18 kilómetros que, salvando importantes desniveles, conectaba Irati con el aserradero de Mendibe, a escasos kilómetros de Donibane Garazi. Puede que en su día fuera la vía aérea de transporte forestal más larga de Europa.
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Técnica de la inteligencia popular
Aunque no ha encontrado testimonios directos, Xabier cree que trabajando en Mendibe Bixente Eskisabel aprendió a construir tricables para grandes tendidos, conocimiento que aplicaría profusamente a partir de la posguerra, época de florecimiento de la tecnología del cable al servicio de la reconstrucción de un país devastado y aislado que demandaba ingentes cantidades de madera.
Sin apenas competencia, durante las décadas de 1930 y 1940 Eskisabel y sus cuadrillas de trabajadores se dedicaron a la instalación de cables prácticamente en régimen de monopolio por los valles de Erronkari, Salazar y Aezkoa. Entre otras realizaciones destaca la red de tres cables con un total de 17 kilómetros entre Erremendia y Oroz-Betelu para el transporte de madera y leña con destino a la serrería y destilería de El Irati, cerca de Aoiz, en Ekai-Longida.
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Desde Navarra, amplió su geografía laboral más allá de los Pirineos, a Aragón y hasta Andalucía donde enseñó a montar cables a los trabajadores locales del ferrocarril que abastecían de madera para traviesas a RENFE.
Llegados al presente, solo queda constatar que muy pronto los viejos 'kableak' o 'belarsortak' serán historia sobre papel una vez que desaparezcan los últimos y ya casi olvidados vestigios que puedan quedar. Deseable sería que el Ayuntamiento de Ataun protegiese o reconstruyese al menos un ejemplar como homenaje y testimonio de una técnica surgida de la inteligencia popular.
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