Jugaba como aficionado en el Mutriku pero la fe le llamó más fuerte que el fútbol. Arribó a Ecuador como misionero aunque pronto comenzó a ... chutar balones en la parroquia de San Camilo. Los goles de aquel cura llegaron a oídos de los clubes de Primera y en la Liga Universitaria de Portoviejo lo quisieron. Pidió permiso en su diócesis y los domingos comenzó a compaginar misas y goles.
En 1971 el Barcelona de Guayaquil era el equipo más popular de Ecuador y se clasificó para la Copa Libertadores, la Champions latina. El club necesitaba reforzar el equipo y alguien habló al presidente del padrecito. Días después firmó el contrato vestido de sotana.
Nadie daba un céntimo por el Barcelona de Guayaquil en la Copa Libertadores. No es extraño que fuera motivo de burla en Buenos Aires, cuando el azar lo cruzó en semifinales con el Estudiantes de la Plata, un coloso que venía de ganar la Copa en el 68, 69 y 70. Los argentinos eran invictos en su cancha y el ambiente presagiaba derrota por goleada. Aún llaman a aquel partido la Hazaña de la Plata porque ese día se anotó el gol más importante de la historia de Ecuador. Y lo hizo un cura de pueblo.
Diez años más tarde, en el instituto de Hondarribia, nos costó creer que Basurko, aquel profesor de filosofía humilde y reservado, hubiera ejercido antes como sacerdote y futbolista y siguiera siendo un héroe nacional al otro lado del charco. Un día trajo un disco grabado con la retransmisión del gol. Cómo ha cambiado el fútbol. Y la vida.
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