Recordar el inicio de la Covid es rememorar la muerte, la entrega sanitaria, el confinamiento y el miedo. Pero, si queremos aprender, conviene revivir también ... otros hechos como el fracaso del sistema de vigilancia epidemiológica o la ausencia de rendición de cuentas, aunque parezca inoportuno. El 24 de enero de 2020 médicos chinos señalaban en Lancet que «aunque la mortalidad es baja, su fácil propagación puede ocasionar un gran número de víctimas, como sucedió con la gripe española que terminó con la vida del 5% de la población mundial. Por lo tanto, no hay lugar para la complacencia». El brote se había detectado tres semanas antes en Wuhan. En ese tiempo se caracterizó la enfermedad, se aisló a los sospechosos, se monitorizó a los contactos, se identificó el nuevo coronavirus, se secuenció su genoma y se ideó un sistema para detectarlo en tiempo real. Además, se diagnosticaron nueve casos fuera de China que confirmaban la transmisión de humano a humano y auguraban una rápida expansión de la infección a través de los viajes aéreos. Con estos datos, los autores concluían advirtiendo que «es el momento de actuar».
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¿Qué se hizo? La OMS lanzó una alerta internacional. Wuhan cerró aeropuertos y estaciones y construyó un hospital de mil camas para evitar el colapso sanitario. El 12 de febrero se canceló el Mobile de Barcelona, a pesar de reticencias políticas. El 18 los expertos consideraron «bajo» el riesgo de propagación del patógeno en Europa, donde habría «unos pocos casos parecidos a una gripe». El 21 Italia anunció el primer caso.
Preocupaban las noticias sobre los hospitales lombardos. El 26 se difundieron recomendaciones básicas (lavado de manos, toser en el codo). Se instó a los médicos a que no asistieran a congresos. Los hospitales se saturaban y se trabajaba sin medios de protección. Mientras tanto, la vida seguía sin que se cancelara ningún evento masivo para «evitar el alarmismo». El 8 de marzo se cerró Lombardía. El 14 el Gobierno decretó el estado de alarma, el confinamiento y la suspensión de toda actividad no esencial. Por desgracia, ya era tarde. La DANA vírica había descargado y la letal avalancha era incontenible. Casi 7 millones de personas murieron en el mundo, unas 100.000 en España.
El ministro de Sanidad afirmó que, «visto lo visto, todos llegamos tarde». Seguro. El tono autocrítico se agradece, pero la pregunta es por qué se llegó tarde. Los primeros momentos de una catástrofe ofrecen datos esenciales. Si se quiere aprender y prepararse para una potencial nueva pandemia es imperativo saber si la gestión sanitaria y política en esos 45 días fue correcta. ¿Qué pasó? Un diario nacional titulaba: «Los guardianes de la salud europea subestimaron el peligro del virus». ¿El artículo de Lancet pasó desapercibido a los responsables de la vigilancia epidemiológica? ¿Qué información transmitían a sus jefes? En septiembre de 2021, Sanidad constituyó una comisión de cinco expertos para evaluar la gestión de la pandemia de un modo transparente y en marzo de 2022 admitió que no existía cronograma. Por fortuna, la vacunación funcionó, gracias al esfuerzo conjunto de la sanidad, la biotecnología y los gobiernos. El Gobierno ciñó su gestión a este logro colectivo, sin explicar la secuencia de hechos de aquellos fatídicos 45 días. En septiembre de 2022 una comisión internacional concluyó que la mayoría de los gobiernos no estaban preparados, fueron muy lentos en responder y prestaron poca atención a los más vulnerables, una suma de fallos que contribuyó a la enorme cifra de muertes evitables. Demoledor, pero ningún mandatario pestañeó ni dio explicaciones y el informe pasó desapercibido para la ciudadanía, tal vez ya cansada de sufrir. La política tiene memoria selectiva y maquiavélica: olvida lo que quiere y transforma la realidad de una sociedad de memoria frágil e inexacta. Es la posverdad, ansiosa de que el tiempo pase y que todo caiga en el olvido sin cumplir la obligación democrática de rendir cuentas. Por lo tanto, conviene recordar para aprender y pasar página, aunque duela.
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