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Paraguas

Guille Viglione

San Sebastián

Sábado, 2 de marzo 2024, 01:00

Diseminados en las entradas de oficinas administrativas, cafeterías, comercios, autobuses y coches de conocidos quedaron los paraguas que un día olvidé. ¿Dónde acaban los paraguas ... que se pierden? No lo sé pero tampoco importa mucho. Me cuesta afianzar vínculos afectivos con los paraguas porque sé que, más pronto que tarde, los perderé de vista. El paraguas es el utensilio que más extraviamos en el mundo. A pesar de su protección, mantenemos con él una relación pragmática. Te protege del agua pero, en cuanto clarea, se convierte en un estorbo, un objeto incómodo y mojado que no sabes dónde guardar. Lo abandonas en el último paragüero en que lo has plegado y sólo te acuerdas de que lo has olvidado cuando vuelve a llover.

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Los chinos inventaron las sombrillas hace dos mil años pero no los utilizamos para que no nos llueva encima hasta hace dos siglos. Es obvio que los paraguas se llaman así porque nos protegen de la lluvia. En cambio, me costó tiempo entender que la sombrilla recibe su nombre porque crea una pequeña sombra que te acompaña. No es fácil asimilar la idea de protegerse del sol cuando vives en una ciudad en la que llueve 185 días y está cubierta por nubes el resto del año.

Las estadísticas oficiales aseguran que perdemos una media de cinco paraguas al año. Imagino que incluyen en los cálculos el desierto de Sahara y otros eriales. Si no, es difícil de entender que Songxia, una ciudad portuaria del este de China, fabrique más de 500 millones de paraguas al año.

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