Un recorte de periódico, con una foto chiquita, de cuando el pequeño ganó el concurso de carteles de Carnaval. El informe médico que certifica que ... una mujer ha ganado al bicho. Tres retratos de boda de tres generaciones separadas por 30 años de distancia y unidas por un mismo marco, abuelos, padres e hijos posan mientras reproducen el mismo gesto con sus manos. La orla universitaria de Laia, la primera de la familia en conseguirlo. Un registro de patentes de un invento que nunca vio la luz. Postales de lugares que ya no existen. Cientos de comidas familiares, primeras comuniones, paseos en barca y domingos de picnic en la arboleda. Libros, sellos, escrituras, facturas, cromos y otros miles de papeles amontonados sobre cómodas, colgados en las paredes o archivados en trasteros. Hoy, son, papel mojado.
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Las fotos, los diplomas, los papeles son despertadores de recuerdos. Pequeñas puertas temporales que se abren en la memoria para devolvernos instantes, sentimientos y emociones. El papel como notario de nuestra vida, de reuniones, de conversaciones y comidas, de deberes escolares, de compraventas y matrimonios. De vidas que reviven en la memoria de los objetos. La corriente se ha llevado los recuerdos de varias generaciones de pueblos enteros. Una semana después de la tragedia, aún no hay tiempo ni valor para hacer inventario. No hay prisa, la gente ya sabe que lo más valioso que han perdido no se puede recuperar con dinero.
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