El camino que nos aleja de la infancia está pavimentado de renuncias. De niños, la manera de interpretar la vida es ilógica y fascinante, la ... imaginación es más poderosa que los hechos y aún no somos cautivos de normas y convenciones. Más adelante, la educación nos encarrila en una existencia lineal y preestablecida. Abandonamos la infancia y olvidamos por el camino la fe en que podemos conseguir lo que nos propongamos. Crecer es cargarse de prejuicios, dejar de hacer lo que nos gusta, asumir que muchos de los sueños que hemos acariciado hasta ese momento son inalcanzables.
Publicidad
Pensaba en esto, este martes, minutos antes de que comenzara el partido entre la Real Sociedad y el Inter de Milán. Qué misterio guarda el futbol que reúne a empresarios y sindicalistas, hace rezar a los ateos y jurar a los creyentes. Qué provoca que la gente se desplace miles de kilómetros o se reúna ensimismada ante una pantalla.
Creo que el fútbol nos permite aparcar la vida adulta, condicionada por el dinero, los roles sociales o los compromisos. El silbato que abre el juego excita nuestras emociones primarias. Reímos, lloramos, gritamos, cruzamos en un segundo la frontera que separa el miedo de la euforia. En las últimas semanas la Real nos ha regalado poder revivir la magia de la infancia. Si preguntas a los aficionados cuál es su sueño para 2024 te responderán con el entusiasmo de un niño. Soñemos a lo grande, borremos el prejuicio de que algunas ilusiones son irrealizables.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión