Plaza de Gipuzkoa

El naranjo

Guille Viglione

San Sebastián

Sábado, 16 de agosto 2025, 06:15

En el extremo más seco de Lanzarote, en las laderas cubiertas de ceniza de La Geria, un cerco de piedra volcánica de seis metros de ... diámetro es el único recuerdo de que ahí, en medio del círculo, creció y vivió un naranjo centenario. Nadie sabe quién plantó el árbol, la única certeza es que no debería haber sobrevivido. Exceptuando alguna palmera solitaria, no había más árboles en diez kilómetros a la redonda, pero sus raíces tozudas se aferraron a la roca negra.

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Con un cielo mísero en precipitaciones, sus ramas se acostumbraron a atrapar en el aire las gotas de rocío y así pasó a conocerse como el naranjo de las nubes. Contra todo pronóstico, el árbol creció y se volvió milagro. Los campesinos de la zona lo honraban como a un ser mitológico. Por turnos, llevaban agua desde sus aljibes, cubrían con telas viejas su tronco para protegerlo del sol y levantaron el murete para resguardarlo de los alisios. A cambio el naranjo, agradecido, daba unos frutos, dulces y pequeños, de un color, aroma y sabor tan intensos que corrió el rumor de que tenían propiedades mágicas. La única regla es que nadie podía recoger más de tres.

Hace medio siglo el naranjo centenario murió y aún hoy, su memoria perdura entre los ancianos. Esta es la historia de un naranjo singular pero cada árbol es una memoria viva y un pacto sagrado con los que nos relevarán. Haciendo un cálculo rápido, a partir de las hectáreas arrasadas, este agosto se han quemado más de 17 millones de árboles.

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