No hay testimonio más crudo, más descarnado, que una mirada a cámara. Los ojos no saben guardar secretos, mienten peor que las voces. Cuando cesan ... las ráfagas de los fusiles, cuando callan las sirenas de las alarmas antiaéreas, los reporteros se adentran en el caos, buscando miradas que cruzar con su objetivo. Miedo, cansancio, rabia, dolor, tristeza, odio. De todas las miradas incómodas que provoca una guerra a mí me perturban las miradas perdidas. La cámara de un reportero avanza entre un bosque de miradas. Exhaustos, desconfiados, desorientados como objetos perdidos sin una oficina donde recogerlos, los supervivientes vagan por las calles. No hay expresión de dolor, sólo miradas escépticas por sentirse aún vivos. Si es cierto que los ojos son el espejo del alma éstas están vacías. Miradas vacías de esperanza, de propósitos, de unas lágrimas que ya se agotaron. El horror de la guerra se entiende mejor en las miradas ausentes, cuando la emoción ya no alcanza a los ojos.
Publicidad
Veo en el informativo a unos niños que, a su vez, están mirando a otro lugar, más allá del marco del televisor. Intento entender qué secretos esconden esas miradas. Quizá han creído ver una cara conocida. No es lo que expresa su semblante frío. Son miradas perdidas que ven pero no miran. Abstraídos, exploran dentro de sí mismos, remueven sus pensamientos, buscan entre la nostalgia un suspiro de ánimo. Cambio de canal antes de que sus miradas se graben en mi memoria. Ojos que no ven.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión