Lo adelanté por la autopista, nada más cruzar la frontera. Un camión DAF y su remolque, pintados enteramente de color amarillo. Nueve letras enormes de ... color rojo chillón, cubrían los quince metros del trailer amarillo formando una palabra inquietante. DISCORDIA. ¿Qué puede transportar un camión que presume de llevar la discordia? Por un momento, imaginé que el remolque escondía en sus entrañas veinte toneladas de semillas.
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En estos últimos meses, la discordia ha florecido con fuerza. La incertidumbre y la fatiga emocional de la gente corriente y un clima polarizado por la sed de poder de unos pocos ha provocado que germine en medio mundo. Se cierra un curso extraño. Las tensiones internacionales y las fracturas domésticas han hecho temblar la confianza colectiva. Todo parece frágil, incierto, volátil. Terreno abonado para los labradores de redes sociales que saben que la semilla de la discordia arraiga en el miedo al otro, en el rencor, en la herida mal cerrada.
La discordia se alimenta de las noticias falsas, del algoritmo. Su fuerza es la facilidad con la que divide, la rapidez con que se propaga y la costumbre con que la normalizamos. Leo que transportes Discordia es una empresa búlgara con una flota de 1.500 camiones circulando por más de 70 países. No parece probable que sean ellos los responsables de la epidemia de bilis. Tan sólo en el antiguo Twitter hay 48 millones de cuentas falsas, robotizadas con IA, esparciendo odio cada minuto del día.
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