Antes, mucho antes de inventar las religiones, los humanos buscaron otras formas de entender y relacionarse con su entorno. Antes de que los dioses fueran ... hombres los primeros pueblos dieron forma de mujer a los misterios esenciales a los que se enfrentaban. Los templos eran cuevas profundas, oscuras como úteros y los altares rocas sagradas donde veneraban la naturaleza, la tierra y su capacidad de generar vida y sustento.
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Parvati, diosa hindú, hija de la montaña, se encargaba de proteger el universo y a los seres vivos. La griega Gaia, madre incluso de Zeus, era responsable de la abundancia de las cosechas y la encargada de proteger campos y bosques. Pachamama, madre tierra, es la diosa inca de la fertilidad y la vida y sus fieles aún le rezan en las siembras y le agradecen las cosechas. En Europa, las viejas deidades sucumbieron a la invasión de los pueblos indoeuropeos y al monoteísmo judeocristiano. Sobrevive la escandinava Freya, diosa de la fertilidad y la abundancia, y, entre nosotros, Mari y Amalur, diosas de la tierra, creadoras de los animales, las plantas y todos los tipos de vida.
La tierra es la antepasada común que emparenta a todos los dioses posteriores. Hoy, que las nuevas generaciones renuncian a dios, crean nuevas religiones como el ecologismo, el veganismo y el animalismo. En algún bosque, Amalur y Pachamama se ríen de que se tachen de nuevas a estas creencias ancestrales. Al fin y al cabo, ellas siempre han mantenido los pies en la tierra.
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