Los arcenes

La alfombra roja y la acera desnuda tras la valla de seguridad. El escenario y el patio de butacas. El césped y la grada. Así se han trazado, a lo largo de la historia, las fronteras que distinguen a los protagonistas de los espectadores. Es lo que hay. Unos pocos ocupan el centro de la calzada mientras la inmensa clase media observamos desde los arcenes.

Vivimos tiempos extraños. Se da un cambio en el estado de las cosas que nos impide clasificarnos, encontrar nuestro sitio, y que abona la semilla de la disconformidad. Prospera la idea de que todos debemos saltar a la calzada, ser protagonistas de nuestro éxito, superar metas, ganar una medalla. Ya nada es suficiente para encontrar un sentido al día, para calmar el ardor que provoca la infelicidad de sentirte incómodo en tus zapatos.

Esta mañana se celebra la carrera popular más popular, la preferida por los corredores por muchos motivos. Y, aún así, su éxito no reside en lo que ocurre en la calzada. Se debe a los miles y miles de vecinos que abarrotan los arcenes y se vuelcan en animar truene, granice o haga un calor insoportable. Empujan con sus ánimos a todos, desde el primero al último corredor, y cada uno de ellos se siente ídolo por un día. En un inédito cambio de roles los corredores observan admirados a los espectadores mientras estos se sienten los auténticos protagonistas. De paso, nos recuerdan que el prestigio de un pueblo se construye con victorias pero su carácter se demuestra en los arcenes.