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Visitas en el cementerio de Andoain.

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Visitas en el cementerio de Andoain. UNANUE
Día de Todos los Santos

Un día de flores y recuerdos

El sol ha acompañado este martes a las miles de personas que se han acercado a los cementerios de Gipuzkoa

Javier Guillenea

San Sebastián

Martes, 1 de noviembre 2022, 13:18

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Frente a las lápidas del cementerio de Polloe, algunas relucientes como pistas de patinaje, otras cubiertas por flores y otras a merced del paso de tiempo, se mezclan historias de familiares antiguos y recientes, se cuentan recuerdos y se investigan olvidos, se trazan árboles genealógicos en los que los nombres se difuminan con los años. Frente a las lápidas se relatan anécdotas como la del padre de Izaskun y Mari Carmen, cuyo color favorito era el amarillo, el mismo que las flores que acompañaban a las postales que el hombre regalaba a su esposa. 28 años después de su muerte, sus hijas aún cubren la tumba de sus padres con flores amarillas.

Visitar a los muertos es traerlos un poco a la vida. Es lo que hacen Mari Carmen y su hija María José cuando hablan de Emilio, su marido y padre, fallecido el 27 de noviembre de 2005. Él era capitán de barcos bacaladeros, de los que iban emparejados a Terranova a faenar y cuando zarpaban nunca sabían si regresarían. «Paraban en Saint Pierre y Miquelon. Una vez salió de Pasajes con el Mari y el Pili, dos barcos de madera, y se encontró en el viaje con un temporal. Les dieron por muertos, pero al final se salvaron. De ellos decían eso de 'barcos de madera pero hombres de hierro'», explica Mari Carmen con orgullo.

«Se nota que a los jóvenes el cementerio les viene grande. Cada vez viene menos gente»

amaia elizondo

Las dos mujeres comienzan a hablar de Emilio y sus barcos. Es como si él estuviera con ellas susurrándoles el nombre de los bacaladeros en los que navegó. El Lehenengoa, el Bigarrena, los Lizarza, Beizama, Lur Aundi, Cachuelo y Angelote... «Empezó con el sextante», dicen, y se enredan en una conversación sobre barcos y las cartas con ribete rojo que mandaba el capitán desde Terranova. El hombre de hierro tenía 78 años cuando murió. «Vivo con su recuerdo. Me quedé con eso», dice Mari Carmen.

Hay mujeres y unos pocos hombres con cubos y fregonas para dar un buen repaso a las tumbas. Amaia Elizondo y su hija Leo colocan gladiolos en el panteón donde reposan los suyos. «Están mi abuelo, que era enterrador, mi abuela, mi tío, la amona, mis padres, mi hermana... y José Luis, mi marido, que murió en febrero de 2018. Cada día le echo más de menos».

Amaia mira a su alrededor y lo que ve no le acaba de convencer. «Se nota que a los jóvenes el cementerio les viene grande. Hace años esto estaba llenísimo de gente pero ahora cada vez vienen menos». Como si la hubieran oído, dos trabajadores del cementerio corroboran más tarde sus palabras. «Cada año viene menos gente. Ahora lo que se lleva es Halloween», lamentan.

«En su compleaños traemos a María Luisa champán y a veces le cantamos las canciones que le gustaban»

Gabriela y Danae

En Polloe hay historias que son pequeñas para quienes escuchan y grandes para quien las cuentan. Como la camiseta del club Donostiarrak que la familia de Javier metió en su féretro en recuerdo de sus trece maratones y sus muchas Behobia-San Sebastíán. Cuando vio que su final se acercaba, organizó su propio funeral y las canciones que debían escucharse, entre ellas la de 'Oh Happy Day'. Dejó también dibujos para sus nietos y un libro sobre el camino de Santiago.

A Maider su padre le regaló consejos para hacer frente a la vida. Juanjo Artola falleció en septiembre de 2020 a los 62 años tras cuatro años de enfermedad. «Fue bastante duro. Le echo de menos, cada vez que hago una cosa me acuerdo de él», afirma su hija. «Antes de morir quiero prepararme para la vida. Me decía que en todo lo que hiciera en la vida pusiera una sonrisa», recuerda sonriendo.

Tres velas

Sobre la lápida de una tumba con un solo nombre, Gabriela y su hija Danae han encendido tres velas. Dos son amarillas, «el color de la felicidad, y la otra blanca, la de la paz. Son peruanas y han rociado la losa con una bebida de pisco, fruta, canela y clavo. Es su forma de recordar a María Luisa, la mujer a la que Gabriela cuidó hasta su muerte, en 2017, y a la que considera de la familia. «En su cumpleaños le traemos champán y lo echamos en la tumba». A veces también le cantan cumbia y salsa, «las canciones que le gustaban».

Pasa una familia con ramos. Huele a flores, luce el sol. Hay niños, padres, abuelos. Las voces de los vivos se mezclan con el silencio de los muertos. Una campana anuncia el mediodía. Del centro de Donostia llega amortiguado el sonido de la sirena. Gabriela y Danae sacan un bocadillo para comer con María Luisa. En Polloe el cementerio está más vivo que nunca.

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