Hace ya muchos años, en otra vida, cuando era director del entonces llamado «Kutxaespacio de la ciencia», cada quince días hacíamos reuniones para charlar de ... temas científicos. Eran unas reuniones entrañables, donde cada asistente exponía sus ideas. Un día hablamos de ingeniería genética y me sorprendió la respuesta de uno de los contertulios, una persona afectuosa, que tenía infinitas ganas de aprender. Lo que dijo fue «pero es que los tomates transgénicos tienen genes». Más o menos, lo que venía a continuación era que él no quería comer productos con genes, pues no tenía claro qué es lo que los genes podían hacer en su organismo.
Creo que fue con mi magnífica colaboradora Elena Rosales que le explicamos que todas las células tienen genes. Que los tomates, las lechugas, los filetes de ternera, etc., tenían genes. Se quedó sorprendido.
Más de veinte años después me encuentro con una encuesta de la fundación BBVA, publicada el pasado 11 de mayo, en la que se dice que el 40% de los españoles cree que los tomates que comemos no tienen genes, y que los transgénicos sí los tienen.
Que más de veinte años después, el 40% de los españoles siga pensando lo mismo que nuestro excelente contertulio, me hace pensar que, como sociedad, algo estamos haciendo mal. Muy mal. Y me pregunto, ¿el odio irracional a los organismos modificados genéticamente tendrá algo que ver con que los españoles crean que los tomates no tienen genes?
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