Los espías del Cantábrico
El centro Azti cuenta con una extensa red de observación para obtener en la costa vasca datos indispensables para conocer el litoral. Boyas, rádares, estaciones y submarinos se encargan de recogerlos
A doce millas de la costa donostiarra, en una zona con una profundidad de unos 500 metros, una boya de aguas profundas repleta de sensores ... vigila sin cesar el comportamiento del mar, su salinidad y las condiciones meteorológicas. Sus aparatos recogen constantemente datos que servirán para realizar mediciones precisas sobre el estado actual y pasado del mar en el litoral de Euskadi y para recopilar información sobre oleaje, viento, nivel del mar, temperatura y corrientes superficiales.
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Pesa mil kilos y se encuentra sujeta por un cable de 600 metros de longitud a dos pesadas ruedas de tren. Se soltó de su anclaje a principios del mes de mayo y tuvo que ser recuperada por una embarcación de la Guardia Civil. Que ocurra algo así no es común pero tampoco extraño. Un temporal especialmente violento puede bastar para romper cualquier amarra. Por eso, Azti cuenta con otra boya de repuesto. «La cambiamos cada seis u ocho meses para poner a punto la que ha estado en el agua», explica Anna Rubio, coordinadora del área de Oceanografía Operacional del centro tecnológico.
La boya Donostia no es la única que vigila el mar. Azti cuenta con toda una red de observación costera que se encarga de obtener datos indispensables para el manejo sustentable de las áreas costeras, sus recursos y las actividades humanas. Sirve también para que Euskoos, el sistema oceanográfico operativo de la costa vasca operado por Euskalmet con el asesoramiento de Azti, proporcione una descripción precisa del estado del mar en el litoral vasco y predicciones continuas de sus condiciones futuras, así como productos oceánico-meteorológicos a los usuarios de la costa vasca. Además de la boya, la red está compuesta por rádares, estaciones costeras y pequeños submarinos que imitan el funcionamiento de los peces para ahorrar energía.
En sus mil kilos cabe de todo. «En la parte superior, en superficie, tiene sensores meteorológicos que miden presión atmosférica, radiación solar, dirección e intensidad del viento. En el cuerpo cuenta con un sensor de oleaje que mide la altura y el periodo de las olas, y otro para medir la corriente marina en superficie», explica Rubio. Un sensor en la base vigila las corrientes en vertical hasta unos 200 metros de profundidad, mientras que los del cable, dispuestos a diferentes profundidades, dan un registro de la salinidad del mar.
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No tiene una vida fácil. Aunque está diseñada «para estar en mar abierto y es bastante robusta», las difíciles condiciones del medio marino hacen que la boya Donostia tenga que ser sustituida periódicamente por su hermana gemela para ser sometida a labores de mantenimiento. «Lo que nos pasa mucho, que es algo habitual en el mar, es que los sensores se llenan de mejillones y algas. Los de temperatura y salinidad más profundos salen limpios porque a esa profundidad hay menos vida, pero los que están cerca de la superficie acaban llenos. Hay que tener en cuenta los problemas de corrosión, de colonización por organismos marinos y también los impactos que pueda sufrir por barcos que estén faenando o navegando en esa zona, aunque la boya está localizada en las cartas náuticas».
Las claves
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10.000 kilómetros cuadrados es el área que cubren los rádares instalados en los cabos de Higer y Matxitxako
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Datos La red proporciona de forma constante información para los boletines meteorológicos
La boya forma parte de la red océano-meteorológica de Euskadi que se encuentra diseminada por todo el litoral vasco. A esta red, que proporciona información para los boletines meteorológicos y oceánicos, pertenecen las dos estaciones océano-meteorológicas instaladas en la bocana de la bahía de Pasaia y en la parte exterior del Abra de Bilbao.
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La de Pasaia se halla situada sobre el bajo rocoso llamado la Bancha del Este y utiliza como soporte un poste de balizamiento de entrada al puerto. Meteorológicamente es un emplazamiento muy interesante ya que la orografía accidentada de la costa y de los valles cercanos se une a la bocana estrecha y bordeada por acantilados. Todo ello hace que las brisas, producidas por la diferencia de temperatura entre la superficie del mar y de la tierra durante el ciclo día/noche, sean particularmente frecuentes e intensas no solo en verano.
Radares
Además de estas estaciones, dos radares de alta frecuencia HF instalados en 2009 en los cabos de Higer y Matxitxako envían desde la costa señales de radio que regresan reflejadas por la superficie del mar. Con esta señal y a través de una serie de análisis, se pueden calcular mapas horarios de corrientes oceánicas. Este sistema cubre un área de unos 10.000 kilómetros cuadrados. La información que ofrece es de gran valor para conocer cómo es la circulación superficial del océano, que en la zona costera es especialmente compleja y difícil de predecir con exactitud. Supone una oportunidad clave para el seguimiento y gestión integrada de la costa, ya que ofrece herramientas para un mejor control y predicción de los factores clave en la dispersión y retención de objetos flotantes, como basura marina y organismos, así como de microplásticos o trazadores pasivos como contaminantes.
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La boya Donostia pesa mil kilos y se encuentra sujeta por un cable de 600 metros a dos pesadas ruedas de tren
Desde 2022 la red cuenta con dos 'gliders', pequeños vehículos submarinos que pueden alcanzar una profundidad de mil metros. Tienen dos metros de longitud, pesan 61 kilos de peso y cubren toda la costa vasca. «Funcionan de manera autónoma. Van midiendo en continuo, se sumergen, vuelven a subir, y cada vez que salen a superficie comunican los datos vía satélite. Nos ofrecen una medición del mar mucho más barata y más ecológica que las que se pueden tomar desde un barco oceanográfico convencional. Además, da el dato en tiempo real», explica Rubio.
Una de las grandes ventajas de esos submarinos es su autonomía, que oscila entre tres semanas y un mes. «No tienen hélices propulsoras, sino una vejiga de aceite que funciona como la vejiga natatoria de los peces. Cuando se llena de aceite, aumenta el volumen del submarino y gana en flotabilidad, lo que le permite subir. Cuando la vacía, pierde flotabilidad y baja. En la parte posterior tiene unas palas pequeñas y en la parte central unas baterías montadas en un eje, de manera que al moverse cambian el centro de gravedad y hacen que se incline hacia adelante o hacia atrás. Cuando quiere bajar deshincha la vejiga, pone las baterías hacia adelante y empieza a navegar por densidad. Es como un planeador de los que vemos en el cielo, que utiliza los cambios de densidad atmosféricos». Al no tener que usar batería para moverse, añade la investigadora de Azti, «casi todo el consumo energético es para medir y transmitir los datos, por eso pueden tener tanta autonomía. Además, al no tener propulsor no generan ruido que pueda afectar a los sensores».
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En Pasaia y Bermeo también hay instalados varios mareógrafos de alta frecuencia que recogen información sobre la altura del nivel del mar con una frecuencia de una medida cada cinco segundos. Los datos recopilados sirven para evaluar el riesgo de inundación de grandes temporales en áreas protegidas del oleaje, como puertos, estuarios y desembocaduras de ríos.
«El cambio climático ya no son solo las tormentas, sino la proliferación de especies nuevas que pueden ser tóxicas»
Cuatro estaciones de videometría completan la red océano-meteorológica de Euskadi. Están situadas en Donostia, Zarautz, Mutriku y Bermeo, y sus principales aplicaciones son el seguimiento de la línea de costa, la topografía intermareal, medir la densidad de usuarios en playas y la detección de zonas de rotura, barras y corriente de retorno.
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«Un desierto»
Pese a que pueda parecer lo contrario, todos estos sistemas, desde la boya Donostia a las estaciones de videometría, podrían no ser suficientes. «El mar es muy complejo. Comparadas con las redes de observación meteorológicas, las oceánicas son un desierto». Rubio afirma que con el cambio climático cada vez van a ser más necesarios estos sistemas de medición. «Se tiene muy bien caracterizada la temperatura superficial del mar, pero cuando vas a profundidades de diez metros ya tienes muchísima menos información. Por ejemplo, ahora estamos con un proyecto de algas tóxicas y vemos que están llegando aquí desde zonas cálidas y hay una correlación con la temperatura en una profundidad que no tenemos bien caracterizada», dice. «El cambio climático ya no son solo las tormentas, sino la proliferación de especies nuevas que pueden ser tóxicas. Está claro que todas estas medidas son importantes», concluye.
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