El embarazo, un camino de obstáculos
En cinco años, Oiane e Izko han pasado por nueve tratamientos de reproducción y un aborto hasta la llegada de Mara, gracias a una donación de óvulo
Cualquier pareja estable que supera la treintena, es foco del clásico «el bebé, ¿para cuándo?». Si la descendencia se retrasa, el comentario se vuelve aún más impertinente e hiriente: «Ya os podéis dar prisa, que se os va a pasar el arroz». Lo que desconoce buena parte de la sociedad que se aventura a verbalizar semejantes lindezas es que la tasa de fecundidad entre los 30 y los 42 años pasa del 20 al 5%; que el 17% de los embarazos terminan en aborto, y que una de cada cinco parejas tiene problemas de fertilidad y debe recurrir a tratamientos de reproducción. Son procesos llenos de dolor, incertidumbre, merma física y emocional, que en muchos casos se llevan en secreto, consecuencia del tabú social, de no querer sentirse juzgado o no ser capaces de aceptar el problema.
Oiane Saratxaga e Izko Armental, de 41 y 37 años, son una de las tantas parejas guipuzcoanas que han recurrido a la reproducción asistida para ser padres. Hace cuatro meses que por fin dieron la bienvenida a Mara, y cada vez que miran a la pequeña irradian una felicidad y un embelesamiento que se contagia y traspasa el objetivo de la cámara. Esas sonrisas parecen haber borrado el infierno por el que han pasado, pero se sientan en el sofá de su casa dispuestos a revivir ese periodo de su vida. Y el semblante cambia.
Han sido cinco largos años, con la cuenta atrás biológica retumbando en su cabeza, decenas de intentos fallidos, de desesperanza y absoluta tristeza con cada una de las sesenta menstruaciones. Nueve tratamientos de reproducción negativos y un aborto que terminó por quebrarles, hasta que lograron el embarazo gracias a una ovodonación. En esta técnica, cada vez más utilizada sobre todo en mujeres de más edad, se recurre a un óvulo de donante, y a priori suele generar reticencia en las parejas, por carecer dicho óvulo de la genética materna. «Sería hipócrita decir que a veces no pienso en que me da pena que no tenga mis genes, pero si me hubieran dicho desde el principio que esta era la vía para tener una niña, me hubiera ahorrado cinco años de sufrimiento», confiesa Oiane.
Esta pareja donostiarra se casó en julio de 2017, y a final de ese año, por indicación de una amiga, decidieron acudir a una clínica en la que les informaron de que los óvulos de Oiane no crecían correctamente. Iniciaron el proceso en la unidad de reproducción asistida de Osakidetza, y ahí fue cuando entraron en contacto por primera vez con un mundo que les era totalmente ajeno, pero del que se harían expertos.
Mientras su vida sexual se calendarizaba de forma irremediable para buscar los días de máxima fertilidad, entraron de lleno en las fases de estimulación ovárica con pinchazos de hormonas cada noche, las pastillas de progesterona, las visitas al hospital para controlar la ovulación... Probaron suerte con las cuatro inseminaciones artificiales que se incluyen en el programa de Osakidetza, pero ninguna fructificó.
Ya llevaban cuatro años buscando un bebé, y sus vidas habían entrado en un bucle monotemático. La espera, cada vez más ansiosa, empezaba a pasarles factura, y cada negativa la sentían como tiempo que se esfumaba. El siguiente paso era la fecundación in vitro, en la que se introduce en el útero un óvulo ya fecundado. De los cuatro intentos que hicieron por la vía pública y la privada, en uno consiguieron su primer test de embarazo positivo. «Estábamos felices, pero en la semana 10 fuimos a hacernos otra ecografía y ya no había latido. Fue una caída en picado».
«Parejas de tu entorno se quedan embarazadas y tú te preguntas qué has hecho tan mal para no merecerte tener un hijo»
La mala noticia llegó el mismo día que el nacimiento de su sobrino, «y Oiane empezó a generar rechazo». «Cuando gente cercana nos decía que estaban embarazados ni me hacía ilusión ni gracia ni nada. Te preguntas qué has hecho tan mal para que el resto se merezca tener hijos y nosotros no. Es duro, es muy duro».
Una vez realizados los nueve tratamientos, «nos dijeron que el siguiente paso era analizar mis óvulos durante un año o recurrir a la ovodonación. No tuvimos ninguna duda». «Ser aitas es un proyecto de vida, y negarte a ello porque no pudiéramos serlo de la forma más natural posible no era una opción», apunta Izko.
A las pocas semanas de transferir el embrión, por fin llegó el test positivo. Oiane se había quedado embarazada. Arrancaba así una etapa emocionante, pero «llena de miedos». «Cada vez que tenía una ecografía, pasaba noches sin dormir con el temor de que no hubiera latido», confiesa.
«Hasta que no lo vives...»
Reconoce haber vivido nueve meses en los que el tiempo pasaba lento, y ella extremaba precauciones. «No quería echarme nada en cara que pudiera afectar a la niña. Una buena amiga me dijo a ver si no estaba exagerando y le respondí que ella había sido madre cuando había querido y como había querido», pone como ejemplo de comentarios sin maldad pero con los que hay que lidiar. «Por mucho que alguien quiera empatizar contigo, hasta que no lo vives, no lo terminas de entender».
En este sentido, Izko apunta que «con este tema todo el mundo cree tener la solución. Que si te vas de vacaciones seguro que te quedas, que te relajes, no te obsesiones... Lo que no se dan cuenta es de que si fuera tan fácil, la gente no tendría tantos problemas».
Oiane explica que hablar de ello abiertamente y haber recurrido a terapia le ha ayudado a sobrellevarlo. No así su marido. «Yo me lo guardé todo. No sé por qué, pero fue un bloqueo total, y después del aborto, estallé. Con la ovodonación decidí contarlo desde el inicio, dejé de inventar excusas y fue un alivio», confiesa el donostiarra. A raíz de abrirse y compartir el duro camino que estaban atravesando, «empezaron a aparecer muchísimas parejas de nuestro entorno que han pasado por situaciones similares y que lo han llevado en secreto».
«Hace falta mucha más divulgación sobre el retraso de la maternidad, las técnicas y la congelación de óvulos»
El retraso de la maternidad es el factor que está detrás de buena parte de las cada vez más elevadas tasas de infertilidad. «Hace falta mucha más divulgación y educación sexual sobre esta cuestión. Está bien que enseñen en las ikastolas que tener relaciones sin protección implica riesgos, pero también se debería acercar a la población lo que supone retrasar la maternidad, las técnicas de reproducción asistida que existen, la importancia de conocer tu reserva ovárica o la congelación de óvulos. La película que se vende es que te casas y al mes siguiente estás embarazada, y no siempre es así». A lo que su marido añade que «si tienes la información completa, tienes la opción de organizar la paternidad de otra forma».
Echan la vista atrás y les parece increíble que hayan pasado cinco años de tortura con su correspondiente peaje emocional y económico. Pero pese a todo, ahora miran a la pequeña y se sienten afortunados. «La verdad que en IVF han hecho muy bien su trabajo encontrando a la donante, porque se parece bastante a mí», bromea Oiane. «Estamos felices y aliviados. Hemos sufrido mucho, pero tener a esta brujita con nosotros es un regalo, un sueño cumplido», coinciden sonrientes.
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