El tiempo que pasamos enfadados, ofuscados, atascados no se nos devuelve, por ejemplo, en minutos de desayuno. Los momentos malgastados se pierden y, posiblemente por ... eso, desayunar es hoy un trámite que solventamos a la carrera.
La vida móvil está dinamitando las costumbres. La dictadura de lo nuevo nos empuja a reinventarnos a tal velocidad que resulta difícil acabar algo antes de iniciar lo siguiente. Repetir un ritual, incluso uno tan leve como desayunar sentado, es una forma de defensa, un refugio donde guarecerse de las inclemencias del tiempo. De la falta de tiempo.
Desayunar mientras lees el diario es un placer en peligro de extinción. Las noticias impresas maduran, en el camino de la rotativa al quiosco, y pierden esa urgencia violenta con la que te golpean los titulares de twitter. Cualquier cataclismo, escándalo, desvergüenza se digiere mejor en papel, mientras el aroma del café y las tostadas, perfuma la estancia. Si no ha llegado la prensa del día tampoco hay problema, sigue siendo un placer rebuscar en algún diario atrasado. Cómo definir qué es actual cuando, en la era de las pantallas, cualquier noticia impresa ya es pasado.
El arte de alargar el tiempo requiere constancia. El domingo es un buen día para practicar. Dedicar unos minutos a frotar el tomate, esperar a que la mantequilla pierda la rigidez, elegir un buen aceite para romper el ayuno. Dulce o salado, no importan los ingredientes. Desayunar es sólo una excusa para habitar el tiempo.
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