Nos hemos habituado a hacer frente a lo extraordinario pero sobrellevar las demandas de la vida cotidiana exige dominar un arte esquivo e impreciso. Cada ... día envejecemos un poco y, hasta ahora, había conseguido ahuyentar las evidencias de la edad con la complicidad de un mercado que nos prefiere jóvenes por siempre. El primer síntoma de que te haces mayor es la resistencia a admitirlo y, aunque aún miro con estupor a quien me tilda de señor, ya soy consciente de que no puedo llamarme joven, de que navego por ese limbo ambiguo que llaman edad mediana.
Un día, al atardecer de la vida constatas que las horas están contadas y despierta la inquietud. Repasas tu trayectoria vital, se agolpan preguntas incómodas e intentas recuperar emociones perdidas que ni google es capaz de encontrar. Las señales físicas son evidentes. Mi cuello se ha vuelto caprichoso con las almohadas, despierto sin despertador y ya he cambiado el almax por omeprazol.
Envejecemos por fuera pero aún funciona una fórmula mágica para frenar el tiempo por dentro. Mantener la curiosidad ingenua de un quinceañero. El cerebro se va haciendo vago y pierde interés por aprender. Yo contraataco. Intento desprenderme de los prejuicios de la experiencia, desterrar las viejas ideas a las que uno se aferra y abrir los ojos a lo nuevo. Visitar lugares nuevos, conocer gente nueva, descubrir platos, música, escritores nuevos. Ya que no puedo alargar los días intentaré hacer más lentas las horas.
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