Inventamos la rueda para desplazar pesos. La bicicleta nos permitió avanzar sentados. El microondas evitó fregar el cazo de leche. De la palanca al arado, ... de la lavadora a la dirección asistida, el progreso del ser humano ha estado asociado a buscar e inventar utensilios y mecanismos que nos ahorraran esfuerzos.
En algún momento de este siglo la comodidad ha mutado de ser un objetivo al fin último de nuestra existencia. Los bocadillos dieron paso a las pizzas precocinadas y éstas a los repartidores de comida de Glovo. El CD desterró la calidad de sonido del vinilo y ambos cayeron en el olvido ante el sonido, comprimido y peor, de Spotify. Invariablemente primamos la comodidad sobre la calidad.
Exige mucho esfuerzo renunciar al confort aunque éste choque con tu sistema de creencias. Compramos en amazon por no bajar a la librería, cogemos el coche para recorrer dos manzanas y cada uno de nosotros tiramos al año 34 kilos de envases de plástico de un solo uso.
La comodidad también debilita nuestro espíritu. Huimos de las emociones incómodas. Protestamos enérgicamente desde el sillón. Nos indignamos por twiter e inventamos quejas para esquivar la responsabilidad personal. Hoy comienza el mundial de Catar y son miles las voces que animan a boicotear un país y una cultura que menosprecia a las mujeres y castiga la homosexualidad.
La comodidad se hace enemiga del progreso cuando, en su nombre, sacrificamos libertad o solidaridad.
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