Las colas del hambre llegan a Gipuzkoa
Los Bancos de Alimentos y las ONG de Gipuzkoa registran un aumento significativo de usuarios desde el inicio del confinamiento después de que muchas personas se hayan quedado sin ingresos
Son las 16.30 de la tarde y por el centro de Oñati, en el camino que discurre junto a la universidad, empieza a atisbarse ... una especie de peregrinaje de personas que arrastran carros de la compra. Sin prisa, se dirigen hacia el edificio de la nueva Universidad de Mondragon, y se quedan aguardando en el parking. Es un día caluroso, por lo que algunos intentan cobijarse bajo la sombra de un árbol mientras dura la espera. No están en la cola de un supermercado, sino de la ONG Acesma, que entre otras labores se dedica a repartir alimentos a diario entre las personas sin recursos del pueblo.
El coronavirus está dejando consecuencias nefastas, con miles de muertes que han provocado una herida que tardará en curar, especialmente para las familias que se han visto desmembradas por esta devastadora enfermedad. Pero la crisis sanitaria ha traído también una crisis económica y social, debido al parón de la actividad por el confinamiento. Y se teme que esta tenga consecuencias fatales para miles de ciudadanos.
En Gipuzkoa se han formalizado 9.356 ERTE que afectan a un total de 63.490 empleados, a los que hay que sumar todos aquellos trabajadores sin contrato que han dejado de percibir esos ingresos en 'b' y que además no pueden recurrir a las ayudas otorgadas por el Estado. Solo por poner un ejemplo, en Irun el área de Bienestar Social del Ayuntamiento ha tramitado ayudas económicas para un total de 263 familias desde el inicio de la pandemia. Y las cifras van en aumento. Para aliviar esa situación, el Gobierno del Estado acaba de aprobar el Inres Mínimo Vital que en Euskadi se complementará con la RGI.
Las puertas de la ONG abren a las cinco de la tarde, y poco a poco la fila va en aumento. Es una más de las ya conocidas como 'colas del hambre', que en las últimas semanas se han multiplicado en numerosas ciudades de todo el Estado. En Oñati, decenas de personas (en lo que dura el reparto superan las 60) se han acercado para que Ibis Rodríguez y sus voluntarios les den algo que permita a ellos y sus familiares cenar ese día y comer el siguiente.
Algunos son habituales, otros acuden por primera vez, empujados por la necesidad que genera estar más de dos meses sin cobrar. Esta asociación, como muchas otras del territorio, se encarga de repartir los productos recogidos y cedidos por el Banco de Alimentos y otras entidades como Cruz Roja, así como de las donaciones de particulares y de empresas.
«Mientras trabajaba no he necesitado ayuda, hasta ahora. De la comida para los niños cojo un poco y nos arreglamos bien»
Juana Baez | Cocinera
Las primeras en la fila son Angelita y Sirelda, compatriotas dominicanas y amigas en la localidad del Alto Deba. Su historia está cortada por el mismo patrón, como la de la mayoría de las mujeres latinoamericanas que hacen cola. (Cabe decir que el 99% de las personas que acuden a recoger comida son de nacionalidad extranjera, mitad magrebíes mitad latinos). Estas mujeres se dedicaban al cuidado de personas mayores, una actividad que con la implantación del confinamiento ha quedado suspendida. Ambas tienen hijos, y sin ingresos, se han visto en la necesidad de pedir ayuda para comer, aunque no pierden el sentido del humor. «Mientras los niños tengan la barriga llena, nos conformamos», por eso agradecen tanto la labor de oenegés como Acesma, que desde hace unos días forma parte de un proyecto llamado 'Los salvacomidas', impulsado por el consorcio europeo EIT Food, la cooperativa Ausolan y el Banco de Alimentos.
Comida esencial
Esta iniciativa, surgida a raíz de la crisis social del Covid-19, tiene como objetivo alimentar a todos aquellos niños de familias en riesgo de exclusión social que, con los colegios cerrados y sin comedores, se han quedado sin la comida que constituía la alimentación esencial del día. Así, con comida preparada en las cocinas de Ausolan, los Bancos de Alimentos elaboran unas bolsas que contienen un plato de comida, una fruta y un lácteo, que después distribuyen a oenegés del territorio para que las repartan entre las familias necesitadas. Los días en los que el plato no lleva carne, y por tanto es apto para la comunidad musulmana, la cola se multiplica y el reparto se prolonga cerca de dos horas.
«Es duro, es la primera vez que tenemos que pedir para comer. Por suerte nos ayuda la familia, si no no podríamos vivir»
Jessie y Jenny | Calderero y empleada de hogar
Junto a Angelita y Sirelda está Juana, que trabajaba como cocinera en un restaurante que permanece cerrado. «Ya había tenido que pedir alimentos antes, pero mientras he tenido trabajo no lo necesitaba, hasta ahora», que, con dos niños pequeños, no le ha quedado otro remedio. «De la comida que les dan a ellos yo cojo un poco y nos arreglamos bien», cuenta.
Noticia Relacionada
«Esto solo acaba de empezar y va ir a peor»
En la fila hay muchos padres que han acudido con sus hijos, que aguardan pacientes al sol, sin quejarse. Como el pequeño Josu, de dos años, que se entretiene mordisqueando una galleta. Sus padres, Jenny y Jessie, son dos jóvenes latinoamericanos que llevan meses sin trabajar por la crisis del coronavirus. Él era calderero y ella empleada de hogar, «y no tenemos derecho a paro», ya que la mayoría no cuentan con contratos que les den de alta en la Seguridad Social. Con el decreto de Estado de Alarma y el confinamiento, ambas actividades se vieron suspendidas y ellos, sin trabajo, y por tanto sin ninguna fuente de ingresos en su casa. Cada día acuden a hacer la cola para recibir, además de la bolsa de comida para el pequeño, otros alimentos que les entrega la asociación, como patatas o frutas cedidas del excedente de fruterías y supermercados de la zona. «Es duro, es la primera vez que tenemos que pedir para comer. Tenemos la suerte de contar con la ayuda de nuestra familia, si no no podríamos vivir», reconocen. Cuando llega su turno, se acercan al almacén donde se realiza el reparto y un voluntario les llena la bolsa de rafia que han llevado. El pequeño Josu, cansado de esperar de pie, está subido en brazos de su madre. Esa noche cenará macarrones con tomate.
Vencer la vergüenza
Entre tantas personas extranjeras, los pocos autóctonos de la cola llaman la atención. Uno de ellos es Pedro, a quien como a tantos trabajadores le han aplicado un ERTE. «Aún no he cobrado ni un duro», asegura, porque lo que le llega de la nómina lo destina «a la manutención de mi hijo». Tiene que pagar un alquiler y las facturas siguen llegando, «así que recibí una llamada de la asociación y me dijeron que me acercara, que podían darme algo para comer. Es el primer día que vengo», asegura. Detrás de él espera otra oñatiarra que prefiere no decir su nombre. «Me ha costado mucho dar el paso de venir. He estado días dándole vueltas, por esa vergüenza de pedir, pero me hace falta», reconoce. Ha perdido sus dos empleos por la crisis, uno en un comedor escolar cubriendo horas y otro de camarera en un bar, y tiene una hija con discapacidad. «Nunca nos ha faltado para comer porque siempre he trabajado, pero llevo dos meses sin cobrar, aunque por lo menos tengo un 25% de paro. Cuando veía estas colas de gente, pensaba: 'ojalá no me toque nunca'. Pero esto va para largo y hay que saber afrontarlo y pedir ayuda», afirma ya sin dudas sobre el paso que ha dado.
«Cuando veía estas colas de gente pensaba: 'ojalá no me pase nunca'. Pero hay que saber afrontarlo y pedira ayuda»
Mujer Oñatiarra anónima | Camarera
Durante el reparto Ibis Rodríguez, responsable de la ONG que ya se sabe de memoria el número de miembros de cada familia que acude en busca de ayuda, y sus cuatro voluntarios van de aquí para allá sin dejar de cargar cajas y bolsas con alimentos. Hacia las seis de la tarde, una hora después de empezar, ya no queda nadie en la cola, aunque siempre esperan por si llega algún rezagado más tarde. La procesión emprende el camino de vuelta a casa, esta vez con los carros llenos, y con una pregunta en el aire: '¿Hasta cuándo tendré que seguir haciendo esto?'. La respuesta es aún una incógnita. De momento, todos volverán a hacer la misma cola mañana.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión