«Sí, chaval, el tren funciona solo pero por si acaso no te confundas de botón»
Confesiones de ... Un maquinista de Cercanías ·
Lleva 32 años a lomos del Cercanías, y es fiel defensor de esos segundos de cortesía con el pasajero que aparece en el último momentoLos raíles son el clásico ejemplo que se le pone a todo niño para aprender a dibujar las perspectivas. Una anchura de vía que se va estrechando a medida que se aleja hasta prácticamente quedar unida en el horizonte. Esa visión infinita es la que Santi García lleva observando a diario desde hace ya 32 años. Lo confiesa sin reparo: «Es demasiado tiempo». Y pese a alabar las bondades de la profesión a la que lleva dedicándose desde su más temprana adolescencia, no oculta que en unos años le gustaría dejar paso a las nuevas generaciones -«que vienen muy preparadas»- y apearse en el andén de la prejubilación.
Pero hasta entonces continuará haciendo lo de cada día, ya sea a las tres o a las once de la mañana: activar la llave, subir el pantógrafo, cerrar el disyuntor para que la corriente llegue al tren a través de la catenaria, poner en marcha el control del tren y el alumbrado, decir la frase «Pasajeros al tren» (en sentido figurado) y recorrer el trayecto de Cercanías Irun-Brinkola tantas veces se lo marquen, aunque en ocasiones especiales llegue hasta Miranda de Ebro.
Historias
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«Pocos se libran de los arrollamientos» Es el lado menos amable de su profesión. «Ir a 110 km/h y ver que un tío se tumba en la vía... Es algo a lo que no te acostumbras».
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Arrinconado por 'los grises' Era 1979. El maquinista jefe tenía 20 años y él 19. Debido al «calorazo» de Bilbao ambos iban con pantalones cortos y 'los grises' les confundieron con dos chavales que querían hacer alguna gamberrada en la cabina.
Para este vallisoletano de nacimiento pero irundarra de adopción (lleva en la localidad bidasoarra desde 1983), la figura del maquinista debe tener varios conceptos claros y así se lo transmite a los que empiezan: ser consciente de la responsabilidad de conducir un tren lleno de pasajeros, dar unos segundos de cortesía al que llega corriendo o al que decide bajarse en el último momento, y terminar la jornada con la sensación del trabajo bien hecho. Esto es, que los pasajeros no se bajen del vagón mirando a la cabina y pensando que al maquinista le ha tocado el carné en una tómbola por la brusquedad de los movimientos.
Conocer la infraestructura es una de las cuestiones que más les cuesta a los que comienzan su andadura a lomos de un Cercanías, aunque para Santi ya sea pan comido. «Lo más complicado al principio es cuadrar las puertas, sobre todo, si tienes a una persona en silla de ruedas y quieres dejar la rampa a la altura a la que se encuentra». Pero si en algo coinciden muchos de esos maquinistas noveles es en el clásico comentario nada más entrar en cabina: «Tanto botón, tanto botón... ¡Pero si esto va solo!». Y Santi les contesta a todos por igual: «Esto va solo, pero por si acaso no te equivoques de botón porque el resultado pueden ser veinte muertos».
Al margen de los accidentes, no es difícil intuir cuál es el lado más desagradable de su profesión. Las estadísticas apuntan a que el 80% de los maquinistas arrollan a al menos una persona a lo largo de su vida laboral, y se estima que el 90% de esos casos se deben a suicidios. «Yo por desgracia llevo varios y conozco a poca gente con años en la profesión que se haya librado», comenta.
«Vas a 110 kilómetros por hora y de repente ves que un tío pega un brinco y se te tumba en la vía. Tiras la emergencia, pitas, pero no puedes hacer nada. Oyes el golpe, frenas y pones en marcha el protocolo. Es algo a lo que no te acostumbras», confiesa. Renfe tiene a disposición de los trabajadores tratamiento psicológico para quien lo demande, pero una vez que se produce un arrollamiento el remplazo del maquinista, dice Santi, es inmediato. No obstante, a la dureza del episodio se le añade que «al tratarse de un accidente, los maquinistas debemos hacernos un test de alcohol y drogas, y prestar declaración». Este 2018 dice estar «más tranquilo», pero el año pasado «fue algo exagerado». «Hubo compañeros que tuvieron dos arrollamientos en menos de un mes», lamenta.
De visitador a ayudante
A los 14 años entró en la escuela de aprendices de Renfe. Tras tres años hizo un cursillo de visitador -la figura que se encargaba de probar el freno de los trenes y hacer las reparaciones- y con 17 lo trasladaron de su Valladolid natal a Miranda de Ebro. A finales de los años 70, recuerda que accedió a las plazas de ayudante de maquinista.
No había cumplido la veintena y ya era segundo de a bordo. Iba cambiando de compañero según el turno, pero recuerda una ocasión concreta. Su superior tenía veinte años, uno más que él. «Hacía un calorazo en Bilbao de miedo y los dos íbamos en pantalón corto». Su cometido era «sacar» el Talgo de la capital vizcaína, pero cuando un pasajero les vio a los dos chavales introducirse en la cabina, rápidamente llamó a la Policía, «que entonces eran los grises», apunta. «Nos ordenaron que nos sentáramos en una esquina. No nos dejaban subir a por la documentación y por más que les decíamos que teníamos que sacar el tren en cinco minutos no nos creían. Al final, por suerte, todo se arregló porque vino el que debía dar la salida al tren y nos reconoció. Pero vaya momento que vivimos», exclama Santi, quien reconoce que ha contado esta anécdota unas cuantas veces. Por sus manos han pasado trenes de todo tipo. «Un día hacías mercancías, al día siguiente el expreso de Madrid, y otro a Zaragoza, pero desde que se definió la línea de viajeros estoy en Cercanías», explica.
Aquellos eran otros tiempos en los que hacían falta dos personas en cabina porque la seguridad era menor, «ahora vas solo y ese arranca, para, arranca para... Es más monótono». Además de fijarse en la velocidad, las señales y semáforos, «el Cercanías te obliga a estar con mil ojos puestos en los pasajeros que llegan en el último momento y los que deciden bajarse cuando el tren va a arrancar».
Por eso les insiste a los nuevos maquinistas que es importante que cuenten con ese margen de cortesía, aunque sin descuidar el horario. Se refiere, más concretamente a esos días en los que a uno se le va el santo al cielo y sale de una parada un minuto antes de lo previsto. «Ese gesto puede hacer que una persona pierda el tren y no llegue a unas oposiciones, por ejemplo», lo que en caso de reclamación la caja negra del tren dejaría en evidencia el error del conductor. «Así que hay que estar muy concentrado», concluye Santi.