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Un caserío desconectado y sostenible
La casa rural Abatetxe en Elgoibar produce toda su energía con fuentes renovables
Parece una casa rural como tantas otras en el País Vasco. Con tejado naranja, piedras antiguas y flores que cuelgan de sus ventanas. Excepto que ... se encuentra fuera de la red. No está conectada a ningún servicio público, ni al agua del ayuntamiento, ni a la electricidad, ni a cables telefónicos... «Producimos toda nuestra energía 'in situ' utilizando fuentes renovables», explica su gerente y copropietario Matteo Cantu. Para este italiano de nacimiento afincado en Gipuzkoa por amor desde hace más de una década, la desconexión no es un problema, sino «una oportunidad para mostrar que se puede vivir de forma distinta, más conectados a lo que nos rodea».
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Cantu, nacido en Milán, y su mujer Ane, elgoibartarra, se conocieron de Erasmus en Cardiff (Gales). Vivieron entre Italia, el País Vasco y Guatemala hasta 2013, cuando decidieron instalarse en Gipuzkoa. Durante su búsqueda de vivienda, el caserío enamoró al matrimonio. Antes de su llegada, el edificio llevaba treinta años abandonado. «Era una ruina», recuerda Cantu.
La estructura, la piedra y algunas vigas son los únicos vestigios del antiguo caserío. El resto fue, en su mayor parte, renovado por Ane y Matteo: añadieron cemento a la piedra y aprovecharon toda la madera que se podía salvar, limpiándola de sus polillas. «Empezamos con lo que sería nuestro hogar, pero teníamos muy claro que queríamos acondicionar el establo más grande», narra Matteo, cuyo «sueño siempre fue abrir un establecimiento hospitalario sostenible». El matrimonio y sus dos hijos viven en la que fue la casa principal, mientras que los huéspedes se alojan en la antigua cuadra desde hace cinco años. El caserío destartalado se ha convertido en una experiencia hostelera 'off grid' (fuera de la red) que cuenta con cuatro dormitorios además de zonas comunes: cocina, una sala de juegos, sauna eléctrica, piscina de agua fría y un amplio jardín con terraza y zona de barbacoa, que también pueblan gallinas, tres burros, dos perros y una gata.
El hecho de que ningún servicio público llegara al hotel rural no fue una decisión tomada por la pareja. «Simplemente, la casa es así». Este ingeniero medioambiental de formación aclara que «la hubiéramos podido unir a la red, pero a un precio muy elevado. No valía la pena». Además, al matrimonio le gustaba la idea de aprovechar los estudios de Cantu para crear un hogar sostenible, alimentado por energías renovables. «El 95% de nuestra electricidad viene de paneles fotovoltaicos», explica el hostelero. «El resto, lo obtenemos de nuestro pequeño aerogenerador». La energía solar que recogen los paneles durante el día se almacena en nueve baterías que permiten usar la electricidad en todo momento. «Si estamos solo nosotros, aguantamos una semana sin recargarlas, y con huéspedes, tres días», indica Cantu.
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¿Qué pasa si se acaba la electricidad? El caserío dispone de un sistema de emergencia: un generador de gasolina. Es nuestra única fuente no renovable, pero es muy común en sistemas como el nuestro, ya que es complicado dimensionar cuánta energía se va a tener que producir», es decir, calcular cuántos paneles instalar para tener un excedente suficiente en verano que pueda compensar la falta de sol del invierno. «A veces producimos tanta electricidad que no cabe en las baterías, así que hemos comprado un coche eléctrico para aprovecharla».
Apoyados a las paredes de piedra , llaman la atención unos grandes sacos que desprenden un olor seco y leñoso. «Recuperamos gran parte de nuestra madera en lugares donde habrían sido un deshecho: por ejemplo esta es de una fábrica de muebles», subraya Cantu sosteniendo un cubo de leña.
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Biomasa para agua y calefacción
El hostelero agacha la cabeza para no chocarse al atravesar la puerta que da acceso a una cálida habitación donde se encuentra la caldera de biomasa. Aquí es donde se quemará la leña, gracias a los pellets que sirven de combustible, para calentar el agua sanitaria de la casa.
Dos cubas azules, una grande y otra más pequeña, la rodean. Antes de llegar al depósito gris que se distingue detrás de la caldera que la almacena hasta que salga del grifo, el agua espera en un manantial cerca de la casa. Al estar en un terreno más elevado, llega por gravedad. Luego, pasa por las dos bombonas –el filtro de arena de la pequeña y la cloradora de la grande– que terminan de purificarla.
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Este agua también se utiliza como calefacción por suelo radiante ecológica. «En los radiadores convencionales, el agua está a 60 grados», aclara Cantu. «Se necesita mucha energía para llevarla a esa temperatura. Aquí solo necesita alcanzar los 30º».
¿Y qué ocurre cuando se tira de la cadena? «No podríamos arrojarla a la naturaleza, porque perjudicaría al ecosistema». Por ello explica que es habitual para los caseríos disponer de una fosa séptica, escondida bajo tierra. «Gracias a un sistema de tanques, microorganismos que se crean naturalmente en el agua la van limpiando hasta que esté lo suficientemente limpia para poder echarla al monte».
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Un modo de vida distinto
Utilizar solo fuentes renovables requiere cierta adaptación. La familia espera a los días soleados para poder lavar la ropa sin agotar el suministro eléctrico, y no utiliza el lavavajillas en invierno.
Para el propietario del Caserío Abatetxe, la sostenibilidad es una filosofía, no una estrategia de marketing. Espera generar una reflexión sobre la gestión que hacemos de nuestros recursos. «No se trata de regresar a la Edad Media: hay que usar la energía que necesitemos», recalca. Pero con su propuesta hostelera quiere mostrar que «es posible vivir muy bien usando recursos renovables, incluso si son limitados. La casa nos permite utilizar solamente la energía que producimos, no más. Pero realmente, en el resto del mundo es lo mismo: que puedas dejar el interruptor encendido todo el día no quiere decir que la electricidad sea infinita», remata.
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Móviles en una caja cerrada con llave
Además de esta ya de por sí innovadora propuesta turística, Mateo y Ane también se suman al movimiento 'digital detox'. «Los huéspedes tienen la opción de dejar sus móviles en una caja cerrada con llave», explica él y añade: «Ellos se quedan la caja, yo la llave». Al responsable de esta casa rural le «gustaría que esa experiencia atrajera más, no por negocio, sino por nuestra visión». Aunque la mayoría de los huéspedes sí vienen buscando desconexión, «como a cualquier casa rural», Cantu admite que su propuesta de pantallas cero genera curiosidad: «Son pocos los que se deciden a olvidarse del móvil por completo, pero sí que cada vez hay más personas que empiezan a mostrar interés».
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