Asociación de estudiantes Bidai Txungo
«Movíamos más de 20 buses diarios a Leioa»La asociación de estudiantes Bidaitxungo gestionó durante 30 años el servicio de autobús directo desde Gipuzkoa al campus de Bizkaia de la UPV
Para muchos universitarios guipuzcoanos estudiar en Bilbao en la década de los 80 y 90 era sinónimo de 'coger Bidaitxungo', la red de autobuses diarios que conectaba Donostia y pueblos de su alrededor con las facultades de Leioa, Sarriko y Deusto. Lo que empezó en el curso 1983/84 como una necesidad de un grupo de estudiantes de Medicina que se organizaron para poner un autobús directo desde el centro de San Sebastián hasta el campus de Bizkaia se convirtió en una asociación fuerte gestionada por estudiantes que llegó a organizar diariamente más de una veintena de vehículos.
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Los recuerdos de las horas invertidas en los autobuses de Bidai Txungo han vuelto a la memoria de quienes se formaron en alguno de los campus vizcaínos durante casi 30 años. La pandemia puso fin a la asociación y, con él, la oportunidad de tener un transporte directo al campus de Leioa de la UPV. Hoy en día, los estudiantes que no tienen posibilidad de poder alquilar un piso cerca de sus facultades están obligados a dedicar más de 4 horas de su día a día a ir y venir de casa al campus. La UPV les ha sugerido asociarse para poner en marcha un nuevo Bidai Txungo que estaría subvencionado por la Diputación de Gipuzkoa, hasta que la entidad foral estudie la viabilidad de crear una línea regular. De momento, la propuesta no ha sido bien acogida por los 1.500 estudiantes y docentes que han recibido una carta con la sugerencia de la UPV.
Silvia Sánchez fue una de las primeras en ser socia, usuaria y organizadora de Bidai Txungo. «Sin un autobús de ida y vuelta no hubiera podido estudiar la carrera que quería, Matemáticas», cuenta. Estuvo vinculada a la asociación hasta 2001, «cuando ya tenía mi segundo hijo», se ríe. «Nos costó mucho encontrar gente para el relevo», confiesa. «Todo lo organizábamos entre los estudiantes, lo pasamos muy bien, tengo muy buenos recuerdos, pero también metimos muchas , muchas horas para que todo funcionase».
Los años 90 fueron los más intensos para la asociación. «Llegamos a tener cursos con hasta 24-26 autobuses diarios repartidos en turnos de mañana y tarde», explica. «Todas los sábados por la tarde pasábamos por fax las necesidades de la semana siguiente a las compañías de transporte. Cuando eran épocas de exámenes pasábamos un cuestionario para ajustar bien la oferta, también cuando había convocadas huelgas, con el fin de evitar poner buses de más».
Autobuses a Bizkaia a distintas horas
El primer bus tenía que llegar a las clases de las 08.00 horas. «Con nosotros el madrugón estaba asegurado», comenta. «El de primerísima hora paraba primero en Sarriko y en Deusto y luego subía a Leioa». A continuación había servicio para quienes arrancaban la jornada lectiva a las 08.30 horas, «casi todos los de ciencias», y un tercer horario para los de las clases de las 9.00, «los de letras». Cuando la UPV decidió impartir clases por las tardes, los representantes de la asociación fueron a quejarse. «Le explicamos al vicerrector lo que nos suponía, pero no nos hizo ni caso, así que tuvimos que poner buses para llegar a las 15.00 horas».
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A medida que iba creciendo la demanda de socios, iban aumentando las paradas. «Teníamos un bus directo Hondarribi-Irun-Errenteria; otro Errenteria-Herrera y los que salían desde Amara. A esos añade los que hacían el recorrido por el centro y pasaban a recoger gente por el Antiguo con parada en Zarautz. Y el de pueblos. A la vuelta, igual, pero a la inversa».
Los propios estudiantes controlaban los accesos a los buses de sus compañeros. «Yo empecé como controlador y luego eché una mano en la oficina», recuerda Jon Uranga. «Tenía la ventaja de que los trayectos me salían gratis. Priorizábamos que cada uno fuera en su turno y que los autobuses fueran completos. Nunca hubo problemas, todos entendían que si eras del turno de tarde y querías ir por la mañana, si no había sitio, te quedabas fuera a esperar que hubiera sitio en el siguiente o en el de tu turno», rememora.
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Ajustar gastos
Ajustar los gastos era una de las prioridades. «Teníamos que hacer bien los cálculos ya que las compañías nos permitían retirar autobuses en el día, una opción que nos hacían pagar pero que era más rentable que viajara vacío». La cuota por curso rondaba las 120.000 pesetas (720 euros). «No había ayudas de ningún tipo a no ser que un alumno consiguiera una beca». Al final del curso cuadraban las cuentas. «Si sobraba dinero se devolvía a los socios en la siguiente asamblea», relata Sánchez. «Creo que algunos padres nunca supieron que lo hacíamos», dice riéndose Uranga.
Toda esa organización requería echarle «demasiadas horas». Al inicio el vicerrectorado de Gipuzkoa les dejó un hueco para organizar el transporte. «Era una mesa. Fuimos cogiendo volumen y tuvimos que alquilar una oficina en Donostia, primero en Amara y luego en Gros», relata Sánchez, a quien muchos detalles se le han olvidado. «Han pasado muchos años». Jon Uranga asegura que iba dos tardes por semana a la oficina y «todos los sábados por la mañana para atender a la gente y por las tardes para cuadrar la semana siguiente». El volumen llegó a tal nivel que la asamblea acordó una remuneración «pequeña» para quienes se encargan de todos los trámites. «Aprendimos mucho de esa experiencia. Gestionar dinero, organizar, atender a los compañeros... No sentíamos el peso de la responsabilidad que teníamos. ¡Y la teníamos con tanto vehículo en la carretera! No creo que fuéramos conscientes entonces de todo ello. Nos parecía que era lo que teníamos que hacer y lo sacábamos para adelante», dice Sánchez. «Eran otros tiempos, en los que no teníamos para comunicarnos ni móviles ni casi ordenador».
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La bajada de socios vino con los cambios horarios en las carreras. «Empezaron a poner clases de mañana y prácticas por las tardes, y ahí la gente empezó a tener que buscarse piso, que ya entonces era caro». Uranga acabó los estudios y pronto se desvinculó de la asociación. A Sánchez le costó más. «Ya a mediados de los 90 planteamos el tema del relevo pero nadie quería. Me mantuve para echar una mano hasta en 2001. Sé que quienes se quedaron llegaron a un acuerdo con las compañías de buses y luego, con la pandemia, el servicio desapareció».
Entienden que haya reticencias para montar hoy en día una asociación similar. «Nosotros partíamos de una experiencia previa, íbamos poniendo autobuses según crecía la demanda. Empezar de cero es complicado, y más si se apunta mucha gente», comenta Uranga. «Me da pena que no surja de los propios estudiantes, eso era bonito pero organizarlo quitaba horas del día y de estudio», señala Sánchez.
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