En estos veranos cada vez más calurosos, las jirafas del zoo de Barcelona lamen bloques de fruta congelada. A las mangostas y suricatas les sirven ... granizados de gusanos. Y me imagino a los heladeros más audaces tomando nota, porque el empeño por alcanzar sabores extravagantes alcanza cotas excelsas todos los veranos: tras los helados de fabada, caviar, chipirones en su tinta o sidra al cabrales, este año hemos sabido que una marca neoyorquina ofrece helados de leche materna. Venga, menos trompetas, porque en realidad no son de leche materna: solo incluyen calostro de vaca junto a leche, huevo, azúcar y otros ingredientes clásicos. Parece un primer paso tímido en la creación de helados que evoquen las demás secreciones del cuerpo humano (no me apetece escribir la lista).
Publicidad
Leí comentarios de gente que sentía asco. La repugnancia es una reacción muy personal, y yo estos días la siento por otro helado: cada vez que veo el cartel de un cucurucho del que emerge la cabeza de un toro, el cartel que anuncia las corridas de Semana Grande. El cartel disimula, pero como ya sabemos cuál es el momento central de ese espectáculo, se me aparece como una invitación a lamer una masa de carne viva, palpitante, atravesada por un acero, chorreando sangre. Anuncia tres días de corridas, frente a las seis, siete y hasta ocho que se celebraban hace unos años en Illunbe. Me disgusta que aún vendan este heladito, me alegra que cada vez menos.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión