«Abusaba sexualmente de mí cada vez que venía al hospicio a cortarme el pelo»
Un irunés denuncia los supuestos tocamientos que sufrió hace cuarenta años por un peluquero que acudía al centro donde estaba acogido
Las denuncias por abusos sexuales cometidos hace décadas sobre menores, ya fuera a en centros religiosos, colegios o instituciones en las que las víctimas ... permanecían tuteladas, no cesan de salir a la luz. A la querella que el errenteriarra Josu Berra interpuso la semana pasada contra su profesor de religión, que le tocaba mientras le hablada de Jesús, le ha seguido la de un irunés que entre los años 1972 y 1975 afirma haber sido objeto de múltiples abusos por quien acudía a cortarles el pelo al hospicio de la ciudad fronteriza, donde permanecía acogido junto a su hermano pequeño. «Mientras me cortaba, se sacaba su miembro y me decía que le acariciara. Me mostrada revistas pornográficas y también él me tocaba. Y así todas las veces que venía a cortarme el pelo», explica la víctima.
Se llama Javier Hamzaoui Diez. Nació en París y este es su relato de cómo terminó en el hospicio de Irun. «Mi amoña era del valle de Roncal y allá por 1940 emigró a la capital francesa. Fue a buscarse la vida de sirvienta. En su ausencia, mi ama se quedó al cargo de los padres de la abuela que eran ya mayores. Cuando éstos fallecieron se quedó sola y se marchó también a París. Allí, conoció a mi padre. Era argelino y de aquella unión nacimos mi hermano, ya fallecido, y yo. Cuando cumplí tres años, se separaron. Nunca más supimos de mi padre. Y nos vinimos todos a Irun, al barrio de Anaka, a la casa de mis bisabuelos. Mi madre sufría frecuentes crisis nerviosas que derivaban en constantes ingresos en el psiquiátrico, de manera que quien realmente llevaba el control de nuestras vidas era mi amoña. Según íbamos cumpliendo años, mi hermano y yo éramos cada vez más rebeldes y la abuela se dio cuenta que era mucha carga para ella. Pidió ayuda a sus hermanos. Le respondieron que no se podían ocupar de nosotros. Solo uno accedió, pero dijo que acogería únicamente a uno. Al final, se le ofreció la posibilidad de que ingresásemos en el hospicio de Irun. Es la actual residencia Ama Xantalen, en la que curiosamente murió mi madre. Mi abuela aceptó».
Convivencia horrorosa
Con apenas siete u ocho años, Javier, junto a su hermano menor, ingresó en dicho centro, ubicado en la plaza de Urdanibia. La infancia terminó, al menos para Javier, de forma abrupta. «La convivencia era horrorosa. El centro, en el que estaríamos unos quince niños, estaba gestionado por religiosas. La disciplina era brutal hacia nosotros. Voy a poner solo dos ejemplos. Cuando había potaje horrible y alguien no quería comer, una de las monjas nos lo metía cucharada tras cucharada y cuando veía que teníamos la boca que ya no entrada más, nos pegaba en los mofletes para que tragásemos. Otro caso: a mi hermano, que tenía el pelo rizado, para uniformarle con los restantes chavales, le llevaba al baño donde le aplastaba los rizos con un peine, y si se resistía, golpeaba su cabeza contra las paredes de azulejos».
«De vez en cuando me cruzo en la calle con él y le digo: 'asqueroso pederasta'»
«Se sacaba su miembro mientras me cortaba y me decía que le acariciara»
Pero si la vida de por sí era ya difícil, quedada lo peor. «Cada cierto tiempo acudía al hospital un peluquero. Era externo al centro. Es el que abuso de mí. Cuando me estaba cortando, sacaba su miembro erecto del pantalón y me obligaba a tocárselo. No solo eso, sino que él también me tocaba. Siempre procuraba estar a solas conmigo. Llevaba revistas pornográficas para excitarme y luego me obligada a masturbarle», relata Javier, quien, sin embargo, asegura que no hubo violaciones, aunque admite que en una ocasión «me insinuó que le hiciera una felación».
El denunciante afirma que todavía recuerda el perfume que el peluquero desprendía. «Era una colonia arcaica de aquellos años, cuyo aroma he percibido más recientemente. Cuando lo huelo, me retrotrae a aquellos repugnantes años».
«Pacto de silencio»
Javier afirma que los abusos se sucedieron siempre que esta persona iba a cortarle el pelo. «Estuve así entre uno y dos años, pero cuando me hizo la insinuación de la felación, dentro aquella mentalidad infantil mía, pensé en que tenía que acudir a alguien. La primera persona que me vino a la cabeza fue mi abuela».
Javier trasladó su experiencia a su amoña. «En cuanto le conté, me dijo que iba a tomar cartas en el asunto. Acudió a la dirección y les dijo lo que sucedía. ¿Sabes cuál fue la respuesta? Le dijeron que si estaba segura de lo que decía. '¿Qué quiere usted, denunciar a un señor que siempre ha sido honesto? ¿Pero no se da cuenta señora Melchora que esa persona tiene dos hijos y que le va arruinar la vida?', le dijeron. No dieron crédito a lo que mi abuela decía y quisieron proteger al denunciado. Al final, creo que llegaron a un acuerdo tácito, según el cual prescindieron de sus servicios a cambio de que no denunciase».
Javier ha vivido todos estos años con el desasosiego que le genera saber que ha sido víctima de abusos. «Nunca te acostumbras. Según cumples años, vas viendo que afloran nuevos casos y me pongo en el lugar de esos niños».
Javier tiene la desgracia de residir en la misma localidad que su supuesto abusador. «De vez en cuando me cruzo en la calle con él y le digo a la cara: 'asqueroso pederasta'. Lo que deseo es que sea repudiado por la sociedad, que cuando vaya por la calle digan: ahí va el pederasta' Personas como estas, que han roto la infancia de muchos niños, merecen estar fuera de nuestra ciudad».
Javier está convencido de que no fue la única víctima del peluquero. «Estoy seguro de que lo hizo con otros. No sé si también con mi hermano. Nunca lo supe», afirma.
Denuncia también el silencio cómplice de quienes entonces protegieron al agresor y no tuvieron el valor de amparar a los menores. Por ello valora la actitud de su amigo Josu Berra que decidió hacer público su caso. «Me animé a denunciar cuando vi a Josu en los medios. Yo no lo había hecho por respeto a los otros niños que estaban conmigo en el hospicio. Puede que hora la Ertzaintza, que por cierto se ha portado conmigo con gran profesionalidad y empatía, les tenga que llamar en el marco de la investigación».
Javier se siente ahora liberado y desea, más que confía, que la sociedad irundarra y la guipuzcoana sepa proteger a quienes fueron las víctimas. Le duele sobremanera, además, que se diga que tras una víctima de abusos se esconde un abusador. «Me duele en los mas hondo. Jamas he pensado en una aberración semejante».
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