La era de las plataformas
Las nuevas formas de energía, comunicación y transporte cambiarán las condiciones de las relaciones económicas
Cada vez más, se usa la palabra plataforma para referirnos a infraestructuras tecnológicas que soportan transacciones de diferente naturaleza. Cuando hablamos de estas plataformas, más ... allá de las dedicadas a contenidos audiovisuales -tipo HBO, Netflix,...- aparecen los Amazon, Google, Facebook, ... y ahora Apple, como protagonistas de una nueva era: la era de las plataformas.
Siempre han existido infraestructuras tecnológicas, a modo de plataformas, sobre las que hemos construido relaciones y transacciones. Así, cultivamos o fabricamos productos que se intercambiaban como mercancías, lo que creó el comercio, y surgió una plataforma de representación del valor de lo intercambiado, dando lugar a las monedas, los pagarés y los billetes; en definitiva, una plataforma tecnológica basada en papel moneda y en instituciones generadoras de confianza en lo que ese papel representaba. Al día de hoy, se evoluciona hacia la desaparición del papel moneda, sustituido por puras transacciones electrónicas.
Por otra parte, las transacciones que implicaban intercambio de servicios resultaban difíciles de materializar si no se daba una conexión real de las personas -esto es, en un tiempo y un espacio físico compartido-, pero la evolución de las comunicaciones ha ido permitiendo la asincronía en el tiempo y en el espacio para que las transacciones de servicios se produzcan.
Pues bien, el elemento diferencial que resalta el papel de las plataformas tecnológicas y su necesidad de adaptación es el llamado Internet de las Cosas (IdC), que supone la aparición de una nueva infraestructura inteligente que integra, según Rifkin, el internet de las comunicaciones, el internet de la logística y el transporte, y el internet de la energía. Un escenario en el que la capacidad de transformación e innovación derivada de la integración de diferentes tecnologías es brutal. Cuando el internet de las cosas permita transacciones de productos a través de códigos transmitidos por internet, de forma que impresoras 3D permitan obtener el producto en nuestra propia casa, las redes de transporte y logística se verán profundamente afectadas. Así, las nuevas formas de energía, de comunicación y de transporte cambiarán las condiciones de las relaciones económicas, fundamentadas en transacciones comerciales.
Todo ello afecta a los tipos de plataformas, apareciendo nuevas, basadas en las comunicaciones más que en la producción y la distribución clásicas, que amenazan a las existentes. Por ejemplo, ¿qué impide que plataformas como Amazon o Google sustituyan a los bancos? Es más que pura especulación pensar que las instituciones financieras deben evolucionar a plataformas de la nueva era, si no quieren verse desplazadas en un mundo en el que lo relacional se impone sobre lo propietario, y en donde la intermediación financiera parece reducirse a transferir impulsos eléctricos a través de ordenadores y a gestionar inmensas bases de datos. Un cambio de paradigma, de lo espacial -grandes bancos con grandes edificios y redes de oficinas- a lo relacional -con oficinas virtuales y facilidad de acceso a las mismas-. Pues bien, si en el negocio financiero el verdadero bien que se intercambia es la confianza, la clave estará en plataformas tecnológicas que garanticen esa confianza al menor coste, con seguridad plena y con la mayor eficiencia.
Los desafíos de esta nueva era de las plataformas son importantes, no solo para el mundo financiero. Así tenemos, por ejemplo, la aparición de nuevos monopolios, la transformación del mercado de trabajo y el modelo de relaciones laborales, la aparición de nuevas maneras de empleo, o la nueva economía de los recados (Gig economy) -derivada de la logística necesaria de las plataformas y resuelta con empleo precarizado-.
En el nuevo escenario los intermediarios son determinantes, pero, con la evolución de la tecnología, su perfil será diferente. Serán las plataformas tecnológicas las verdaderas plataformas de intermediación, basadas en tecnologías de la intermediación más que de la información, por lo que conviene poner el énfasis en tres aspectos fundamentales: las personas, sus relaciones y las tecnologías para soportar esas relaciones transformadas en transacciones.
Si, en el límite, todo se reduce a impulsos eléctricos que se comunican, dando forma a nuestras relaciones, gobernados por algoritmos y transformados en datos, la pregunta es hasta qué punto esto supone una banalización de la persona, quedando despojada de toda presencia física y reducida a comunicaciones de datos a través de internet. Este es uno de los riesgos, que el medio se convierta en el fin, y la plataforma, que debería estar al servicio de las personas, provoque una banalización de las mismas, convirtiéndolas en mercancía bajo la forma de datos objeto de transacción. Así, cuando entramos en una plataforma que ofrece servicios gratis a cambio del acceso a nuestros datos, debemos interiorizar que si no somos el cliente somos el producto -no pagas, pero te usan-.
A pesar de los riesgos, inherentes a toda época de cambio y transformación, esta nueva era está llena de oportunidades en todos los ámbitos -educación, salud, asistencia, ...- y, en especial, es clave para articular una economía colaborativa, basada en compartir, que puede resultar capital para progresar de manera sostenible y respetuosa con el medio ambiente.
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