La banca española vuelve estar con el alma en vilo y con su suerte enredada en los pasillos de la Justicia. La verdad es que ... suma tal serie de acontecimientos negativos que a nadie puede extrañarle la caída a los infiernos de su maltrecha reputación. Sume su mala praxis cuando se pusieron a vender productos complejos cuyo funcionamiento no entendían ni los empleados que los vendían. Sume la virulenta reacción social motivada por una larga serie de acusaciones falsas, eficazmente difundidas por los partidos de izquierdas, que hacían recaer sobre la parte privada del sector los desmanes provocados por la banca pública, las cajas de ahorro, lideradas por personalidades de todos los partidos, incluidos los de izquierda, y delegados de los sindicatos más renombrados. Sume la crisis que ha azotado sin piedad a un sector tan extremadamente ligado a la coyuntura. Sume sus propios pecados como la incomprensible actitud del consejo del BBVA, que responde con un silencio espeso e inaudito a la lluvia de escandalosas acusaciones que le involucran y la cascada de querellas que se ha iniciado y nadie sabe cuándo ni cómo terminará. Y para terminar, sume los revolcones judiciales recibidos por unos jueces que parecen haber encontrado el chivo expiatorio perfecto para todas las quejas sociales.
Pues empieza un nuevo calvario. La Gran Sala del Tribunal de Justicia Europeo, nada menos que quince jueces imponentes, decidirán si el índice IRPH que determinaba el interés a pagar por las hipotecas era abusivo, al no estar su cálculo bien explicado, o si estaba ajustado a Derecho, al ser un dato oficial elaborado y publicado por el Banco de España. El debate jurídico es muy complejo, como lo demuestra la disparidad de las sentencias emitidas: que mientras el Tribunal Supremo ha dado la razón a la banca, la Comisión Europea defiende a los clientes.
Y a su complejidad jurídica hay que añadirle su relevancia económica. Todo dependerá de si las cláusulas son declaradas admisibles y, en caso contrario, si se acepta otro índice y se devuelve la diferencia o se les obliga a perdonar y devolver el total de intereses cobrados. La broma puede ascender a los 44.000 millones de euros, en forma de miles de millones de pulgas para un perro muy flaco.
Nunca entendí bien la estadística que refleja el hecho sorprendente de que los clientes entendieron siempre bien las operaciones que se saldaron con beneficio para el cliente (ninguna reclamación al respecto) y siempre mal todas las que terminaron en un fiasco (aquí, lluvia de reclamaciones). Como tampoco comprendo ese afán popular que exige a los bancos que trabajen gratis, cuando observo que ninguno de nosotros lo hacemos.
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