El mayor problema de Aston Martin es Lance Stroll
Mientras el hijo del dueño desdeña una actuación más que destacable de sus ingenieros, Alonso se ve perjudicado por una estrategia que le impidió llegar más alto
Los errores de planteamiento y lectura en el muro de Aston Martin condenaron a Fernando Alonso a un resultado menor del que merecía en un ... Gran Premio de Gran Bretaña lleno de oportunidades. Mientras tanto, Lance Stroll, favorecido por una estrategia inspirada, volvió a quedar retratado en cuanto se bajó del coche. Ni el buen resultado le tapó las vergüenzas.
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Hay pilotos a los que se les termina respetando por insistencia. Por improbables. Por resistir en un entorno que los supera sin desentonar del todo. Tipos como Nico Hülkenberg, que ha tardado 239 carreras en subir al podio, pero que jamás perdió el crédito de ser un piloto sólido, fiable, incluso brillante cuando el contexto acompaña. Se le cuestionaron decisiones, no talento. Nunca actitud.
Luego está Lance Stroll. Hay elementos en el paddock que sobreviven como los muebles heredados que uno no se atreve a tirar: la mesilla de noche de la abuela, la estantería coja que nadie se molesta en reparar, el cenicero de la boda del primo. Están ahí por inercia, no por mérito. Nadie los necesita, pero pocos se atreven a hacer limpieza. Stroll lleva años en ese rol. Con la diferencia de que su presencia no es inocua: es molesta, perjudicial e irritante. Como compañero de equipo, como rival en pista, como interlocutor ante los medios e incluso como activo interno para su escudería. Un talento para incomodar.
El canadiense se sostiene única y exclusivamente porque el amor de un padre es el mejor antifaz que existe. Cualquier equipo serio habría prescindido de sus servicios hace tiempo. Lo habrían invitado amablemente a buscarse la vida en el WEC, la Fórmula E o incluso en alguna startup de bebidas energéticas. Pero su apellido le protege. Y mientras tanto, Aston Martin hace malabares para justificar lo injustificable.
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En Silverstone, Stroll fue uno de los grandes beneficiados del caos meteorológico y del acierto estratégico. A diferencia de otras tantas carreras, esta vez el equipo le trazó una hoja de ruta perfecta. Y él, con lo justo, la siguió sin estropearla. Acabó peleando por el podio. Y lo primero que hizo al bajarse del coche fue sentenciar al AMR25 como «el mayor trozo de mierda que he pilotado».
Así, tal cual. Ni una mención a la estrategia que le llevó hasta allí. Ni una palabra para sus mecánicos. Ni media autocrítica por su enésima clasificación desastrosa. Nada. Solo bilis. Solo ego. Solo el desprecio altivo de quien jamás ha tenido que ganarse su asiento.
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Lo más grotesco del asunto es que el mayor perjudicado por las decisiones del muro no fue él, sino Fernando Alonso. El asturiano tenía mucho más ritmo, más margen estratégico y más talento para exprimir las oportunidades. Pero su carrera fue mal gestionada desde el primer pit stop. Le metieron dos o tres vueltas antes de lo necesario en la primera parada, y lo mantuvieron en pista demasiado tiempo en la segunda. El resultado fue un noveno puesto que no refleja ni su velocidad ni sus opciones reales.
Lo explicó el propio Alonso por radio, pidiendo directamente copiar la estrategia de su compañero. Algo tan insólito como revelador. Cuando el bicampeón del mundo prefiere que le calquen la táctica del hijo del jefe, es que las cosas no van bien. Que Fernando partiera séptimo y terminara noveno, con lo que hubo en pista y lo que había en juego, es un fracaso de gestión. Un 'top 5' era perfectamente alcanzable. Pero hace tiempo que Aston Martin se ha especializado en dejar pasar trenes.
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La única nota positiva es que el coche ha mejorado. No tanto como para pelear podios con regularidad, pero sí lo suficiente como para estar cada domingo en la pelea por los puntos. Cuatro carreras consecutivas en el 'top 10' para Alonso lo confirman. El AMR25 ya no es ese tractor verde que iba por detrás de los Haas. Algo se mueve. Y el runrún tiene nombre propio: Adrian Newey.
La mano del genio británico se empieza a notar, aunque sea de forma sutil. Las últimas evoluciones han funcionado. El coche ha ganado en eficiencia aerodinámica y en consistencia de ritmo. Pero en Aston Martin saben que eso no basta. No cuando 2026 aparece en el horizonte como el gran objetivo. No cuando Arabia Saudí exige resultados a corto plazo. No cuando hay que construir una estructura ganadora de verdad. Y aquí es donde aparece un nombre que incomoda a más de uno: Max Verstappen.
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Verstappen, la amenaza
El neerlandés, que domina en Red Bull con puño de hierro, observa con atención lo que ocurre en Silverstone. Su relación con el equipo austriaco está en su punto más tenso. El proyecto posNewey no le convence. El rendimiento de Pérez es una losa. Y en el paddock se habla cada vez más alto de un posible cambio de aires. Mercedes está al acecho. Y sí, también Aston Martin.
El problema es evidente. Para atraer a Verstappen, se necesita ofrecer un coche competitivo, un proyecto sólido y un compañero que no estorbe. En otras palabras, decirle a Lance Stroll que se busque otro hobby. Y eso, por ahora, parece una línea roja para Lawrence. Pero… ¿por cuánto tiempo?
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Porque si de verdad hay una posibilidad de juntar a Verstappen con Alonso en el mismo equipo, solo un loco la dejaría pasar. Solo un padre. Aunque su hijo se empeñe cada fin de semana en dejar claro que el asiento le queda demasiado grande.
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