«Con 11 años, Pau ya simulaba éxitos al salir del canal; ya soñaba esto»
El principal artífice del éxito personal y deportivo del medallista advierte: «No le dejo motivarse demasiado»
Cansado, satisfecho, orgulloso, emocionado y, sobre todo, feliz. Así está el padre y entrenador de Pau Etxaniz.
– ... y con ojeras
– Fui con Pau ... a acompañarle a todo el berenjenal del podio y compromisos. Terminamos a las 02.00. Luego costó dormir.
– Al quedarse a solas, ¿habló primero el padre o el entrenador?
– No fue ni de padre a hijo, ni de entrenador a deportista. Fue un todo en uno. No sabes muy bien dónde está la línea. Me quedo con el abrazo que nos dimos y con esas miradas de decir: «¡Qué gozada!».
– ¿Las sensaciones fueron como en las medallas de Maialen?
– Son emociones tan fuertes que no sabría decir cuál es mayor. Cada situación es diferente. Los dos son familia, la intensidad es máxima. Siendo hijo, es una alegría inmensa. Es mucho más que la relación entre técnico y deportista.
– Le ha visto crecer en la piragua. ¿Veía venir esto?
– Soñar, hay que soñar. Si no, no se consigue. Él lo tenía que soñar y lo hizo. Yo estaba para ayudar. Desde pequeño, con 11 años, en el entrenamiento, saliendo del canal, ya hacía gestos de celebración, con pala arriba y chapoteando. Ya simulaba éxitos.
– ¿Cuándo empezó Pau a montar en la piragua?
– Pronto. A los 6-7 años ya se montó en la piragua, aunque fuera solo en primavera y verano. Vivíamos en La Seu y en invierno era duro. Por eso tiene esa habilidad. Lleva tanto tiempo deslizando y navegando que atesora unas capacidades sensitivas sobre el agua en la piragua muy desarrolladas. A partir de ahí, con él ha sido más fácil construir el potencial.
– ¿Y a competir?
– Con 11 años, en Catalunya. Luego, a los 13-14, hizo alguna prueba nacional y a nivel internacional empezó como júnior.
– ¿Cuál es el momento en el que pasa de ser un juego a convertirse en deporte de exigencia?
– El punto de inflexión fue después de la pandemia. Pasamos de vivir en La Seu a venir a Donostia. Él iba al centro de tecnificación pero de vez en cuando se entrenaba conmigo, según horarios de clase y demás. Hasta que le hice la pregunta: «¿Tú qué quieres hacer? Yo entreno con Maialen y si tú te quieres dedicar a esto con objetivos serios, hay que ponerse a entrenar».
– ¿Y?
– Me dijo que sí, que sí. Que quería disputar unos Juegos. Entonces le pregunté: «¿Pero te apetece ir o es que vas a trabajar para ir? Porque eso tiene un precio importante. Si quieres esto, hay muchísimo trabajo y, además, el hacerlo no te garantiza llegar a optar a medallas. Ahora estás muy lejos del potencial que requiere estar en una final olímpica».
– Intuyo que dijo que sí. A partir de ahí, se convirtió en padre y entrenador. ¡Qué difícil!
– Yo tenía la costumbre de trabajar con alguien íntimo. Lo hacía con Maialen desde hacía mucho. Era trasladar eso a una persona muy diferente, pero con la misma filosofía de saber que hay que tensionar y apretar, pero regular. Saber con cada persona hasta dónde llegar y dónde parar. Cada un tiempo hablamos y hacemos evaluación de lo que está pasando y cómo lo llevamos. Hay que equilibrar la mejora en el entrenamiento y una vida familiar saludable.
– ¿Pau es de los que hay que atizar o acariciar para que rinda?
– Tiene un carácter muy artístico. Le gusta entrenar y le gusta su deporte, pero a su vez también actuar a su manera. Soy de los que cree que hay que dejar autonomía a los deportistas.
– ¿En qué son tan diferentes Pau y Maialen?
– En todo. Desde el punto de vista técnico, a Pau si le pones cuatro repeticiones seguidas de un movimiento, se va a aburrir. Y Maialen pedirá hacer cuatro, cinco, seis y más si hace falta. En la forma de pensar, Pau dice: «Esto tampoco es tan difícil». Y Maialen: «Es que es muy complicado y me va a salir fatal y tengo que trabajar mucho con ello». Al ir a entrenar, Maialen puede estar una hora antes allí preparada y a Pau igual tienes que empujarle para que vaya. A Pau ir al límite le puede saturar. Maialen necesita ese tope. Hay que respetar a cada cual. Mi labor es creer en ellos y guiarles para que no se vayan demasiado a un lado u otro, y que tampoco el pensamiento de uno repercuta en el otro.
– ¿Hay lugar para otros temas en su casa?
– La piragua es nuestra vida, lo cual no quiere decir que hablemos solo de piragua. Tenemos un ritmo de vida muy familiar. Comemos casi siempre juntos y cenamos casi siempre juntos. Pau estudia en AEG y le está ayudando para saber que paralelamente hay que tener algo, para formarse, para desarrollarse como persona. Para tener una autoconfianza mayor en su persona.
– ¿Hasta dónde puede llegar?
– Teníamos claro que era difícil llegar a los Juegos y más aún a una final. Pero la idea era que en estos dos años hubiera una progresión en su potencial (táctico, técnico, físico, mental...). Eso lo ha conseguido. No sabíamos cuándo iba a explotar. No tenía resultados importantes en categoría absoluta, pero estaba muy enfocado en los Juegos. Las fases se iban cumpliendo, mejorando capacidades. Ha llegado a París y ha explotado.
– Está muy arriba.
– Pero tenemos muy mamado que si lo consigues una vez, igual luego no lo consigues diez veces. Sabemos lo que es el sufrimiento y la frustración, más que el éxito. Le aprieto bastante. No le dejo motivarse demasiado. Hay que tener cuidado. Chaval joven, madurando... medalla olímpica. Igual hasta ha venido bien no lograr la medalla de oro.
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