Siempre he presumido de ser un privilegiado por haber visto a los cuatro mejores de la historia. Pelé, Cruyff, Maradona y Messi forman, al menos ... para mí, el póquer de futbolistas más grandes de este deporte sin igual. Y no voy a entrar en quién ha sido mejor. Han jugado en épocas distintas y en un fútbol que ha cambiado de forma brutal en cada una de ellas.
Cuando era niño se me abrían los ojos como platos viendo de lo que era capaz de hacer Pelé y aquella Brasil de Tostao, Rivelino, Gerson, Jairzinho y el mismo Pelé. Más tarde Johan Cruyff y su naranja mecánica consiguieron que, en cada Europeo o Mundial de aquella selección de Krol, Rep, Haan, Neeskens, Cruyff..., me sentara delante de la televisión con mi bandera naranja a animar a un equipo que me fascinaba y que me hizo descubrir el fútbol total.
A Messi ya le conocen. Pero el que, por desgracia nos trae aquí por su muerte, es Maradona, un futbolista que tiene una iglesia, la maradoniana, y que logró que incluso un gol ilegal, aquel que marcó con 'la mano de dios' a Inglaterra, fuera aplaudido por todos, excepto por los ingleses claro. Fue un genio hasta para eso.
Maradona fue distinto a todos. Un jugador único, capaz de ganar él solo no un partido de fútbol, sino todo un Mundial, como hizo en México 86. Verle conducir el balón era una delicia. La semana que Maradona venía a Atocha era siempre especial. No como ahora, que parece que es mejor que el rival venga sin sus mejores jugadores para tener más opciones de ganar. No. Yo siempre quería ver a Maradona. Su conducción, su regate, su amago, su pase en corto, en largo, su tiro con esa zurda de oro...
Un chaval humilde, de una familia sin recursos, que salió de la nada y que gracias a una zurda de seda y a su esfuerzo, llegó a tocar el cielo. Con eso me quedo. Con eso y con que a muchos nos terminó por enamorar definitivamente del fútbol. ¡Gracias Pelusa!
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