La curva del Poggio, con la cabina, donde se inicia la bajada hacia San Remo. AFP
Casual Friday

Pon la tele, que gano

La Milán-San Remo siempre alimenta los sueños; la de mañana invita a perder la cabeza con el duelo Pogacar-Van der Poel

Viernes, 15 de marzo 2024, 01:00

Durante muchos años, la cabina de teléfono de la cima del Poggio se utilizaba para avisar de que ya venía el ganador. Un enviado de ... la organización hacía una llamada a la meta de San Remo para dar el dorsal de aquel que venía en cabeza y así el locutor pudiera gritar por los altavoces la hazaña como si la hubiera visto con sus propios ojos.

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Hoy, la cabina solo la usan los mitómanos del ciclismo para hacerse fotos. Aquí gira la Milán-San Remo para bajar a la meta de via Roma. La Classicissima siempre, desde 1907, ha encendido la imaginación, los sueños. Mañana invita a perder la cabeza con el duelo entre Mathieu van der Poel (Alpecin) y Tadej Pogacar (UAE). En un gesto teatral muy del gusto italiano, el neerlandés ha elegido este día para debutar en la temporada. Lo hace vestido con el maillot arcoíris y con los galones de último ganador. Nadie ha repetido victoria dos años consecutivos desde Erik Zabel en 2001. Nadie repite victoria desde la última de las tres de Óscar Freire en 2010. Trece ganadores distintos desde entonces. Frente a él, Pogacar, el gran genio de esta generación, que busca la manera de desentrañar los secretos de la carrera más fácil de terminar y más difícil de ganar.

Como todo el mundo sabe, la primavera no empieza el 21 de marzo sino cuando el primer corredor de la Milán-San Remo corona el Turchino y emprende la bajada hacia el mar. Antes de ese momento aún es invierno.

La carrera se decidirá en la subida al Poggio, pero eso son los hechos.

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Los sueños, por el contrario, huelen a café y se quedan pegados a la memoria para siempre. Mucho más que la verdad. A café de la Pasticceria Piccardo, en Imperia, al pie del Capo Berta. Allí paró, con la bici apoyada en los arcos de la plaza Dante Alighieri, y se tomó un expreso Fausto Coppi camino a su victoria en 1946. Llevaba ya más de cien kilómetros en solitario y le quedaban por lo menos cincuenta a San Remo, pero tenía ventaja de sobra para el refrigerio.

En el ciclismo de hoy, cinco segundos de ventaja en la cima del Poggio es tanto como llegar a Imperia con tiempo de tomar un café, pero los sueños van tomando temperatura según se acerca la fecha. Llega Pogacar al Poggio, se para, apoya la bici en la barandilla y entra en la cabina a llamar a su madre:

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– Pon la tele, que gano.

Sale, monta en la bici y baja hacia San Remo mecido por el aire templado del Mediterráneo. Firma la obra maestra de su carrera.

O lo hace Van der Poel con el blanco de su maillot arcoíris casi naranja por el sol que ya se pone por detrás de las colinas de Niza. Y es el quinto campeón del mundo en ejercicio que gana la Classicisima en 115 ediciones, el primero desde Saronni en 1983.

O ganan los gigantes italianos Ganna o Milan y obligan a la organización a cambiar el recorrido porque los ciclistas modernos ya han domesticado la carrera, como cuando en 1960 se incluyó el Poggio o en 1982, la Cipressa. No hay mejor manera de mantener la tradición que cambiarla.

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– Pon la tele, que gano.

O no gano, pero da igual. Es la Milán-San Remo.

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