Un viaje por los cuadros de Van Gogh
Desde Bruselas hasta la Provenza francesa, Europa inspiró los lienzos del reconocido posimpresionista
Esta semana se cumplieron 135 años de la muerte de uno de los principales referentes del posimpresionismo, Vincent Van Gogh. Europa fue su gran lienzo inspirador: desde los paisajes grises belgas hasta el ardor cromático de la Provenza francesa, todos dejaron una huella en su obra.
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Iniciamos una serie en la que viajaremos por los lugares que inspiraron a diferentes artistas.
Durante su etapa en Bruselas Van Gogh se dedicó a hacer esbozos y dibujos. Pero dos años antes, en noviembre de 1878, el pintor estuvo de paso en la capital belga porque se dirigía al Borinage, una región minera ubicada al suroeste del país como misionero laico. Durante esa breve estancia en Bruselas, se sentó en un café de obreros llamado Au Charbonnage a escribirle una carta a su amado hermano, Theo. Dibujó ese bar urbano y rústico con trazos poco delicados, tonos grises y sombríos, casi sin crear dimensión y sugiriendo un ambiente melancólico, sucio y pesado.
En esta pintura, las pinceladas dinámicas y levemente arremolinadas y los colores anuncian el movimiento posimpresionista que Van Gogh abrazaría a lo largo de su carrera. Este movimiento artístico surgió de la preocupación de algunos artistas, entre ellos Paul Cézane y Georges Seurat, acerca de la expresión naturalista de la luz y el color. Ese año el artista acababa de llegar a París y se instaló en Montmartre con su hermano, un barrio ubicado en el distrito dieciocho de París, en la ribera derecha del Sena. La colina que corona ese barrio con praderas todavía vírgenes, un molino, algunas vacas dispersas constituyen la escena rural de la pintura.
En los quince meses que pasó Van Gogh en Arlés, donde se mudó persiguiendo la luz de la Provenza, pintó trescientos cuadros. Enamorado del ukiyo-e, una técnica de estampas japonesas en madera que representaba escenas de la vida cotidiana, llegó al sur de Francia a pintar todo lo que veía. Este es uno de sus cuadros más célebres, en el que plasma, según sus propias palabras: «Un café por la noche visto desde fuera. En la terraza están sentadas pequeñas figuras bebiendo. Un enorme farol amarillo ilumina la terraza (...) e incluso extiende su resplandor hasta la calle adoquinada que adquiere una tonalidad rosa-violeta.» Es un cuadro de noche, pero el artista no utilizó pintura negra. Fiel a su estilo, se aferró a la distorsión expresiva y se centró en el contraste del azul frío de la noche y la luz cálida de la lámpara. Es una pintura llena de texturas dominada en su parte superior por una familiar noche estrellada. El establecimiento, rebautizado como «Café Van Gogh», aún existe en la ciudad, pero actualmente permanece cerrado.
En un sur acariciado por el sol, Van Gogh retrató la primavera. La paleta de la obra vibra con una combinación de colores primarios y secundarios —muchos de ellos invisibles para la percepción humana—, acompañada de pinceladas expresivas y densas. Este jardín desbordado de flores, que fue el patio del hospital psiquiátrico donde estuvo ingresado y que hoy se conoce como Espacio Cultural Van Gogh, marca el despertar de la voz colorística del artista.
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En 1889, Van Gogh se internó voluntariamente en el hospital psiquiátrico de Saint-Rémy-de-Provence. Desde la ventana, observaba cipreses, estrellas y un profundo cielo nocturno. Aunque lo acosaban las alucinaciones, pintó 150 obras. Una de ellas se convirtió en su pintura más célebre: capturó en el lienzo un cielo azul, espiralado e hipnotizante, junto a estrellas y una luna con un gran halo amarillo. Debajo, una ciudad quieta y tranquila, pero atravesada por el sentimiento de un artista que sintió intensamente.
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