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Zetak convierte la música en puro mito
'Mitoaroa II' ofreció una síntesis perfecta de ritual, euforia, drama y comunión. Zetak, fieles a su universo sonoro y teatral, demostraron una vez más su virtuosismo escénico.
Pablo de León
San Sebastián
Domingo, 7 de septiembre 2025, 16:11
Lo vivido este fin de semana en Ilunbe de la mano de Zetak con su «Mitoaroa II» es sin lugar a dudas el acontecimiento artístico ... del año. Un espectáculo tan hipnótico como ambicioso, donde el grupo propuso una experiencia sensorial completa. Lo más llamativo —y arriesgado— fue la entrega de auriculares al público para seguir el concierto, una elección que convierte el show en un acto íntimo a pesar de su escala masiva.
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Desde el primer momento, quedó claro que esto no sería solo un concierto más: la puesta en escena desplegó un universo propio, denso y detallado. La plaza de toros se transformó en templo narrativo: luces direccionales, neblinas que envolvían la escena, y proyecciones simbólicas que retrataban mitos vascos y paisajes arcaicos. El uso del espacio fue calculado: la grada, en sombras, se convirtió en observador ritual; la pista, santuario de estar presente.
La cita arrancó con energía y emoción a partes iguales. Con la llegada de «Zu», claro y expansivo, pero desde el primer compás se sintió diferente: los auriculares filtraron cada textura, desde un simple susurro hasta la resonancia de un sintetizador, intensificando cada matiz. Fue una experiencia que obligaba al espectador a elegir entre ver y escuchar —o, más bien, recrear internamente—. Esa decisión, personal y poderosa, convirtió la multitud en una contradicción compartida: comunidad sonora fragmentada, unida.
Zetak hilvanó después un recorrido mitológico con «Hegan», «Su» y «Akelarretan». La teatralidad se adueñó del escenario: bailarines disfrazados de lamias y espíritus de bosque surgían entre luces estroboscópicas y neblina, como entidades emerger desde el mito. Eran escenas breves, pero dramáticas: sugerían una narrativa más que contarla.
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Concierto en Illunbe
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Integrantes: Pello Reparaz (Voz, trombón, theremin, teclados y batería), Gorka Pastor (Sintetizador y theremin), Leire Colomo (Percusión) e Iban Larreburu (Batería)
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Lugar: Plaza de toros de Ilunbe
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Asistencia: 13.000 personas
La propuesta alcanzó su punto más elevado con la llegada de «Pater Noster». En ese instante la intimidad entró en colisión con lo colectivo: Ilunbe se fundió en una sola voz, donde por unos segundos pareció desligar el sonido de la estructura electrónica, una catarsis se consumó. Los auriculares amortiguaron el eufórico estruendo, pero lo transformaron en experiencia interiorizada, casi sagrada.
La crítica no pasa por solo cuestionar su inclusión: los auriculares permitieron percibir con precisión el diseño sonoro, pero también generaron una distancia emocional. La conexión primal con la música exigía esfuerzo: había que zambullirse en lo propio y solitario para apreciar lo íntimo en lo enorme.
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La recta final fue decididamente estética y potente. La irrupción de un mashup, con solo de batería incluido, cristalizó como rave ancestral: ritmos vibrantes, luces hipnóticas, y un público dividido entre lo físico y lo virtual, lo exterior y lo íntimo. «Itzulera» confirmó esa tensión: coreado en los auriculares y en el aire, fue invitación a un trance colectivo que, paradójicamente, se gestó en lo interno de cada uno.
El cierre, teatral y simbólico, estuvo a la altura de la mano de «Aralarko Dama» y de «Hileta Kantu Nafarra». Este último tema se sintió ya ritual: una iluminación propia de una quema de brujas, brazos alzados, coros que retumbaban en los huesos de quienes escuchaban en auriculares junto al estruendo amplificado sin distorsión.
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«Mitoaroa II» ofreció una síntesis perfecta de ritual, euforia, drama y comunión. Zetak, fieles a su universo sonoro y teatral, demostraron una vez más su virtuosismo escénico: cohesión entre los miembros, audacia artística y un pulso emocional que hizo del concierto un viaje iniciático. Un mito moderno hecho de música, cuerpo y fuego.
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