Crítica de Anima Eterna: Sonoro lirismo

Es difícil escoger alguna de los cinco lieder con las que la mezzosoprano Sarah Conolly y la orquesta Anima Eterna abrieron el encuentro. La sonoridad de los instrumentos de época de la agrupación pareció derretirse junto al color de la voz de la cantante, regalando infinidad de momentos que nos erizaron la piel. En la primera de las canciones, 'Blicke mir nicht in die Lieder!' (¡No mires a mis canciones), descubrimos una vitalidad que dio paso enseguida a pasajes de mayor delicadeza e introspección. Nos conmovió el tercer lied, 'Ich bin der Welt abhanden gekommen', en el que Conolly, acompañada por un viento cálido, siempre empastado y tremendamente preciso, transmitió pura emoción con su canto. La sensibilidad fue incluso a más hasta culminar en el final 'Liebst du um Schönheit' ('Si amas la belleza'), en el que Heras-Casado, valiéndose únicamente de sus manos, extrajo dinámicas imposibles a un conjunto de altísimo nivel e inmaculado sonido.

Era de esperar que la Tercera de Bruckner fuera también un homenaje a la música pura, algo solicitado en el podio y regalado desde unos atriles excepcionales. El director continuó sin batuta para, utilizando ambas manos con la misma intensidad, extraer todo el sentido a una partitura arrolladora en la que, además de vibrar con el deseado recuerdo que el compositor quiso hacer a su admirado Wagner, pudimos rendirnos ante unos intérpretes extraordinarios.