Casi doscientos músicos en el escenario y la magnitud de una obra exigente de hora y media de duración -la Tercera de Mahler- dan fe ... de la brillantez del concierto de ayer en el Kursaal, quizá el más potente de esta edición de la Quincena. Sin embargo, no fue su envergadura lo más relevante del mismo, sino el hecho de reunir a un poderoso número de jóvenes en el escenario y conseguir de ellos una impecable y expresiva interpretación de la compleja partitura que se tradujo en un Mahler cálido y entusiasta.
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En el resultado tuvo mucho que ver la batuta de Víctor Pablo Pérez, un maestro con un destacado oficio en proyectos titánicos. Ayer volvió a dejar evidencia de ello consiguiendo convertir en un único sonido la suma de dos orquestas de jóvenes, la Euskal Herriko Gazte Orkestra y la Joven Orquesta de Canarias. Este orgánico de más de un centenar de instrumentistas impregnó de vitalidad a la sinfonía, especialmente en los tuttis. Las dos orquestas se escucharon como un único conjunto, preciso, afectuoso –emocionante el color de la cuerda en el comienzo del 'Langsam' final–, dúctil y flexible. Y a ella se sumaron dos coros, las chicas del Orfeón y del Gazte, y la mezzosoprano Carmen Artaza, magnífica como solista, en una de las grandes citas de esta edición.
Es su tercera sinfonía la única de Mahler que no está marcada por la muerte, sino que es una especie de himno a la naturaleza en seis movimientos. La versión de Víctor Pablo Pérez fue más analítica que emocional y mostró un buen equilibrio entre la pulcritud técnica y la expresividad. La mezzo donostiarra Carmen Artaza, de precioso color, sensible y expresiva, emocionó en su intervención en el cuarto movimiento y formó un precioso tándem con el rotundo coro y con la orquesta. Gran trabajo.
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