Dylan vence y convence en un Kursaal que ya es terreno conquistado
Para su segundo concierto en Donostia, el músico repitió un 'set list' que ofreció un sonido cuidado ante un público más 'caliente'
'A Hard Rain's A-Gonna Fall' predecía el parte meteorológico que iba a recibir a Bob Dylan y su quinteto con una tarde ... típicamente donostiarra. Quizá por eso, su segunda cita consecutiva en el Kursaal iba a tener lugar sobre terreno conquistado. El bochorno del ambiente en la calle empalagó los primeros compases de 'Watching the River Flow' con una bola de graves que se deshizo al minuto y que reveló a un auditorio bastante más 'caliente' que en la jornada previa.
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Mismo guion, pero mejor sonido para un 'set list' que la banda calcó de arriba a abajo pero cuyos 17 temas sonaron tan frescos como la primera vez. Dylan apenas se sentó en la banqueta del piano, las guitarras aumentaron su presencia y el Kursaal empujó con aún más ahínco cuando se le inyectaban las dosis de blues arrastrado de 'False Prophet' o de los sensuales medios tiempos.
Como ya hicieran en la primera cita, Doug Lancio y Tony Garnier escoltaron al protagonista con la cercanía de un amante indiscreto. Sirvió eso para empastar, como también para echar un cable cuando se escapaba algún verso olvidadizo o se perdían un par de acordes entre las cuerdas del piano.
Ahora bien, Dylan cantó como nunca. La limpieza en el sonido le sentó bien, dejó más aire a los arreglos y permitió escuchar con claridad los arpegios barrocos de 'Black Rider' o el violín y la mandolina en los temas acústicos. Pero si el cantante se lució fue sobre todo en las baladas. 'I Contain Multitudes', 'Mother of Muses' y 'Key West' provocaron silencios enternecedores.
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Y de ahí a la grasa rockera de 'I'll Be Your Baby Tonight', que el auditorio acompañó con palmas; o 'Gotta Serve Somebody', que algunos corearon, muchos vitorearon y todos aplaudieron. «C'mon Bob!», gritaron desde la tribuna y aquello sirvió para encarar el trayecto hasta el Rubicón con ese blues de medio tiempo, sensual en cada verso y con dinámicas que jugaban al 'stop-time'.
Dylan enamoró a un público mucho más entregado, a quien dedicó un enérgico «thank you!». Luego presentó a sus músicos e incluso se animó a soltarle un chascarrillo a su bajista que hasta a él mismo llegó a hacerle gracia. «¡Se ha reído!», alucinaba alguno desde su butaca.
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Entonces llegó 'la Catorce', esa canción que suele ser la pieza intercambiable del repertorio. Pero repitió con 'That Old Black Magic' y encaró las últimas paradas en San Sebastián con la sacudida de Jimmy Reed antes de llegar a destino en hora y lugar como había hecho 24 horas antes con 'Every Grain of Sand'.
Dylan se va. Se aleja de orillas del Urumea donde hasta este martes había asentado su hogar. No dijo 'adiós' ni 'hasta luego', quién sabe si quizá porque no iba a ser esta una despedida. La respuesta, amigo mío, habrá que buscarla en el viento.
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