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Julio Arrieta
Jueves, 13 de marzo 2025, 07:08
El relato de una mentira llevó a Unai Eguía a descubrir y documentar una historia verdadera. Una dolorosa pero olvidada, la de los deportados españoles, ... entre ellos varios vascos, al campo de concentración nazi de Hradischko, situado en lo que hoy es la República Checa. La mentira la exponía el escritor Javier Cercas en 'El impostor', novela de no ficción que cuenta la historia del sindicalista Enric Marco Batlle, quien se había hecho pasar por superviviente de los campos del Tercer Reich. La lectura del libro de Cercas llevó a Eguía de la indignación a la intriga: ¿qué había sido de la persona a la que suplantó Marco? Se puso a investigar. El resultado es el libro 'Y los campos se quedaron sin flores' (ed. Círculo Rojo), que se presentó ayer en la sede bilbaína de Gogora, el Instituto vasco de la Memoria.
El libro de Eguía es también una novela de no ficción en la que la historia real de Enric Moner, el sindicalista catalán de cuyo recorrido se había apoderado Marco, lleva a las de los demás deportados españoles -entre ellos algunos vascos- que acabaron internados en el mismo campo en el que fue asesinado Moner, Hradischko. «Empecé con Enric Moner, que era de Figueras, continué con Vicente Retegui, de Irun; después con Juan Manuel Larburu, de Hernani...», recuerda Eguía. «Y seguí con Ambrosio San Vicente, de Vitoria; y Martin Hurtado de Saracho Murua, de Alonsotegi», añade el investigador, que es profesor en la ikastola Lauro.
«En la ikastola he dado clase a los hijos de Anton Gandarias». Este había descubierto la historia de su tío, el gudari Anjel Lekuona, de Busturia, a través de una carta de otro deportado que su familia había conservado. Tras pasar por los campos de Buchenwald y Flossenbürg, Lekuona fue trasladado al de Hradischko. Es fácil figurarse «el brinco que pegamos los dos cuando nos dimos cuenta de que, entre millones de deportados, Enric Moner y su tío Anjel habían sido compañeros de infortunio en su itinerario de la deportación y asesinados el mismo día. Además, sus cenizas las guardó la misma persona... ¡No nos lo creíamos!».
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