Memorias de Terranova
El antiguo capitán de pesca Juan Mari Benito evoca en un libro la grandeza y la miseria de las pesquerías de bacalao en los Grandes Bancos
Tan pronto les tocaba mediar en una pelea entre marineros de genio afilado como hacer las veces de cirujano volviendo a poner en su sitio ... una oreja desprendida en un accidente. Los capitanes de los bacaladeros que faenaban en los Grandes Bancos no sólo debían ser capaces de capear los terribles temporales del Atlántico Norte o de maniobrar sin apenas referencias en medio de una espesa niebla, sino que también tenían que ejercer de psicólogos para apaciguar a tripulaciones con los nervios a flor de piel en mareas que podían prolongarse hasta cuatro o cinco meses. El donostiarra Juan Mari Benito, que durante dos décadas fue capitán en bacaladeros de Pasaia, cuenta las grandezas y las miserias de las pesquerías en los Grandes Bancos en el libro 'Acaecimientos. Memorias de un capitán en Terranova y Groenlandia'.
La épica de la pesca del bacalao ha dado pie a un buen ramillete de publicaciones, libros y documentales que recogen testimonios de algunos de los últimos protagonistas de aquel periodo. El libro de Benito enriquece ese valioso acervo con un formato de diario de a bordo en el que se entremezclan los acontecimientos que tienen lugar en el pesquero con las vivencias personales del autor. El título evoca el término –acaecimientos– que en el ámbito de la náutica encabeza el diario de navegación que todos los barcos están obligados a llevar. El libro, confiesa el autor en la introducción, es en realidad un extracto de una autobiografía que terminó de escribir en 2006 y que no llegó a publicar.
Todo lo que desfila por las páginas de 'Acaecimientos' se atiene a la más estricta realidad, así que la publicación viene a ser un documental en primera persona de un universo, el de la pesca de bacalao a mediados del pasado siglo, tan fascinante visto desde fuera como despiadado para los que lo vivieron en primera persona. El autor no ahorra en ese sentido críticas a las condiciones de vida que tenían que soportar los tripulantes de los bacaladeros, que llega a comparar en más de una ocasión con las de los buques negreros.
Cuando recuerda por ejemplo el primer viaje que hizo a Terranova en 1954, aún como aprendiz en prácticas, a bordo del 'Beizama', un bacaladero que faenaba en pareja con el 'Villa de Lizarza', hace una descripción desoladora de la vida a bordo. «Los marineros dormían todos en un recinto común alrededor de una gran mesa. Había un solo retrete para los veintitrés tripulantes. No había duchas ni lavabos (allí no se lavaba nadie), ni frigorífico, ni cámara de oficiales, ni comedor de marineros». En esa misma marea, añade, «estuvimos tres meses y medio sin lavarnos» debido a la contaminación con agua salada de uno de los depósitos de agua dulce del pesquero.
«Había un solo retrete para 23 tripulantes; estuvimos tres meses y medio sin lavarnos»
«Quedé desagradablemente sorprendido –resume Benito– al comprobar las condiciones de acomodación y habitabilidad de las parejas de aquellos tiempos, incluida la nuestra. Aunque parezca exagerado, cavilo y comparo nuestras condiciones de vida con las que debieron existir en los barcos negreros dedicados al tráfico de esclavos». Durante aquella primera marea el aprendiz de capitán experimentó algo parecido a una crisis de vocación: «¿Para esto he estudiado una carrera? ¿Para andar hecho un cerdo, sucio, malcomido, trabajando como un esclavo, aguantando las injurias de estos desgraciados? ¿Dónde están los barcos mercantes en los que pensaba navegar? ¿Dónde aquellos puertos soñados? Aquí solo hay dureza, sacrificio, meses y meses de mar, frío, niebla, monotonía...».
Tan sombrías reflexiones abundan en las primeras páginas del libro, algo que no es de extrañar si a las penosas condiciones de vida en el pesquero se suma que aquella primera marea duró nada menos que cinco meses. Pero en el libro también hay escenas más luminosas como el recuerdo de los puertos canadienses donde se hacía escala para repostar combustible y reponer víveres. En uno de ellos, en San Juan de Terranova, probó por primera vez Benito la Coca-Cola, una bebida que en España aún no se conocía en 1954.
A partir de esa primera marea, el autor va hilando sus experiencias en el mar hasta que en 1957 obtiene el título de capitán y se convierte a sus 23 años en el más joven de los capitanes de los Grandes Bancos. Es al mando del 'Jaizkibel' cuando Benito se curte en los terribles temporales del Atlántico Norte y en la navegación 'a ciegas' por los bancos de niebla sin otra ayuda que el silbato ante la ausencia de radares en las naves. Contrariedades como la pérdida de un timón se solapan con la insistente evocación del amor que el joven Benito había dejado en tierra y con anécdotas en torno a los personajes con los que traba relación tanto en el mar como en sus escalas en los puertos al otro lado del Atlántico.
«Nuestras condiciones de vida eran comparables a las de los barcos negreros dedicados a los esclavos»
El libro resulta sumamente entretenido, algo en lo que se deja ver la mano de Juan Aguirre Sorondo, que ha hecho las veces de asesor literario del capitán. También resulta revelador para quienes se acercan al mundo de la pesca del bacalao sin muchas referencias previas. Recuerda Benito, por ejemplo, que en 1961 embarcó por primera vez en una marea a varios vecinos de Bera de Bidasoa a los que les impresionaron de tal forma las condiciones del trabajo en la mar que decidieron no repetir la experiencia y continuar con sus negocios de contrabando. «Tratar de burlar a los carabineros por los pasos fronterizos de Ibardin y Etxalar les parecía mucho menos arriesgado que soportar aquellos temporales», escribe.
Los avances técnicos fueron mejorando las condiciones de vida a bordo, de forma que las mareas se hicieron algo menos penosas. Aun así, el relato de los días a bordo conforma una sucesión de accidentes y conflictos que pondría los pelos de punta a cualquier técnico de riesgos laborales de hoy en día. Benito puso fin a su actividad como capitán de pesca en 1970 para dedicarse a la docencia y también a la familia que había logrado formar durante sus periodos de descanso en tierra. El libro tiene precisamente mucho de homenaje a su mujer Venanchi, fallecida hace un par de años: «Ni con todas las mares del mundo se podría llenar el vacío que me ha dejado desde que el 8 de junio de 2020, al despuntar el día, se fue, calladamente, como ella solía hacer las cosas».
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