Memoria viva de Gipuzkoa
Altzo protagoniza el primer número de una colección de libros que recopila testimonios de los mayores que viven en los pueblos más pequeños del territorio
No son muchos los que recuerdan que en buena parte de los caseríos de Gipuzkoa se rezaba todas las tardes el rosario y que además se hacía a viva voz. O que no hay detergente que iguale la eficacia de la ceniza de la cocina económica para blanquear la ropa. Por no hablar de cómo se organizaba la logística en casa en los tiempos en que aún no había ni corriente eléctrica ni agua de grifo. «Hay una generación, la que tiene más de ochenta años, que conserva la memoria de las formas de vida que nos conectan con el pasado y que no va a tardar en desaparecer llevándose consigo todo ese patrimonio. Nuestra aportación va a ser preservar esa enorme riqueza en una colección de libros que dejará constancia de sus vivencias para todos los que vengan más tarde», reflexiona el etnógrafo y escritor Fernando Hualde.
Hualde se ha embarcado de la mano del editor y fotógrafo Joseba Urretabizkaia en una ambiciosa empresa: entrevistar a todos los vecinos mayores de 80 años afincados en los municipios con menos de 500 habitantes de Gipuzkoa. Son en total 23 localidades y cada una de ellas tendrá su propio libro. Han empezado con Altzo por una razón de peso: la palabra Gipuzkoa apareció escrita por primera vez en un documento de una donación de un convento de la población al monasterio de San Juan de la Peña fechado en el año 1025. Es decir, que el topónimo que ha dado nombre al territorio cumplirá mil años en 2025. En ese título se puede leer que el donante del cenobio es Garsia Acenariz, de 'Ipuçcoa', denominación que con el tiempo irá evolucionando –'Ipuscoa, Ipucca, Ipuzka...– hasta desembocar en los actuales Guipúzcoa y Gipuzkoa.
Cuatro o cinco al año
«Creemos que este trabajo, que cuenta con ayuda de fondos institucionales, está destinado a ser uno de los mejores regalos que Gipuzkoa puede hacerse a sí misma en esta efeméride», apunta el autor de los textos. «Estamos dejando a las nuevas generaciones un legado de un valor incalculable, un espejo identitario en el que mirarse y les estamos ayudando a entender de dónde vienen para que puedan planificar a dónde quieren ir».
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La colección, que como no podía ser de otra forma lleva el nombre de Gipuzkoa, comprenderá un total de 23 libros dedicados a los siguientes pueblos: Albatzisketa (318 habitantes), Aduna (472), Albiztur (302), Alkiza (371), Altzaga (178), Arama (202), Baliarrain (153), Beizama (146), Belauntza (243), Elduain (243), Gabiria (495), Gaintza (121), Gaztelu (154), Hernialde (303), Ikastegieta (479) y Larraul (256). «La idea es sacar unos cuatro o cinco libros al año, de forma que toda la colección se publique en fechas cercanas a 2025», indica Joseba Urretabizkaia, responsable de la editorial Xibarit y autor de las fotografías que ilustrarán los textos.
Los dos autores tienen previsto seguir un guion parecido en todos los pueblos: contactar con todos los mayores de 80 años y entrevistarles para recabar sus testimonios. «Nos atenemos a un cuestionario común que ya he utilizado en otros trabajos para el Archivo de Patrimonio Oral de Navarra», detalla el etnógrafo. «Hay preguntas sobre toda clase de aspectos, tanto sobre sus antiguas ocupaciones como sobre sus costumbres cotidianas: la vida familiar, la religión, las fiestas, la forma de vestir, el trabajo... Es un cuestionario que permite trazar un retrato bastante ajustado de las formas de vida de los entrevistados».
En Altzo han sido once las personas entrevistadas, todas ellas por encima de los 80 años. «Solo tenemos palabras de agradecimiento para ellos», dicen a la par Hualde y Urretabizkaia. «Nos han abierto las puertas de sus casas, las puertas de sus corazones, las puertas de sus recuerdos; y, lo mejor de todo, es que cuando nos hemos ido de cada caserío esas puertas se nos han seguido quedando abiertas, y eso es algo que se agradece de verdad», escribe el autor en el libro.
El lavadero y las campanas
El retrato que resulta de esos encuentros ha cubierto con creces las expectativas de Hualde y Urretabizkaia. El primero escribe a ese respecto: «Nos han pintado (los mayores) ese cuadro que nos permite reconocer este pueblo en aquellos años en los que en todos los caseríos había animales, en los que el pan se hacía en casa, se blanqueaba la ropa con ceniza, la guerra no era una cosa de antaño sino un recuerdo vivo y doliente, se encendía una vela invocando la protección ante las tormentas, se rezaba diariamente el rosario en casa desgranando las cuentas entre los dedos al paso de cada avemaría, se acudía al mercado de Tolosa lo mismo a comprar que a vender, el lavadero y las campanas eran las redes sociales de la época, se nacía en casa sin más ayuda la madre que la de alguna pariente o la de alguna vecina, o en la iglesia los hombres se sentaban en bancos y las mujeres en sillas...».
Altzo. Mil años, mil recuerdos
Autores: Fernando Hualde/Joseba Urretabizkaia.
Editorial: Xibarit.
Precio: Cubierta dura, 65 euros; blanda, 28.
Pero en el libro no solo queda constancia de los testimonios de los mayores. También hay una introducción en la que se repasa brevemente la historia del municipio y se hace referencia a algunos de sus peculiaridades más destacadas. Hualde ha escogido en este caso dos símbolos que están estrechamente asociados a Altzo: el haya que el bertsolari Manuel Antonio Imaz plantó el día de su boda, un 22 de septiembre de 1836, hoy declarada Árbol Singular, y Miguel Joaquín Eleizegi, que ha pasado a la historia como el Gigante de Altzo.
El libro ha sido ya editado en dos formatos, uno de lujo con cubiertas de tapa dura y lomo de piel roja con textos en euskera y castellano que se venderá a 65 euros y otro con cubierta blanda y textos solo en euskera a 28 euros. El próximo volumen de la colección Gipukoa de la editorial Xibarit estará dedicado a Beizama y está previsto que vea la luz este mismo año.
El pueblo de las dos 'primeras comuniones'
Las entrevistas que los autores han realizado a los mayores de Altzo han sacado a la luz algunas peculiaridades de la población. «Desde un punto de vista estrictamente etnográfico –escribe Fernando Hualde en el libro– hemos encontrado en Altzo algunas joyas, o algunas rarezas, que no son comunes a otros sitios y que, en consecuencia, adquieren un valor especial. Un ejemplo de esto es esa extraña costumbre que había en la infancia de hacer dos veces la Primera Comunión; ya sabemos que esto no es posible, pues a la segunda vez no se le podría llamar 'primera', pero eso se solucionaba llamándole, en euskera, 'comunión pequeña' y 'comunión grande'. Otro ejemplo lo encontramos en ese momento, también en la infancia, en el que se caía un diente; no se ponía a este debajo de la almohada a la espera del Ratón Pérez, sino que se arrojaba al fuego a la vez que se decía: «Tori zarra eta ekarri berria» (toma el viejo y tráeme el nuevo).
A Hualde también le ha llamado la atención que cada caserío de Altzo tenía su propia forma de hacer las cosas a pesar de que pertenecen al mismo municipio. «Es cierto que están muy diseminados, pero no deja de ser curioso que en un sitio donde hay tan pocas distancias cada caserío haya funcionado como una república independiente», sonríe.